miércoles, 12 de agosto de 2015

Tiempo perro

La calle, por José Luis Pagés

El mal tiempo llegó para quedarse, dice la radio. Apenas despierta se asoma al patio y la voluntad flaquea. La casa está para quedarse, pero en Argentina el voto es obligatorio. De pronto se siente tan frágil y enfermo como el Licenciado Vidriera. Contrariado, lucha contra la tentación de regresar a la cama. Es domingo, pero los gatos que ignoran el calendario reclaman su alimento y ponen en marcha la rueda de la rutina, la higiene personal, el mate ritual. Dos años atrás renovó documento de acuerdo al nuevo protocolo orwelliano de  la identificación antropométrica, sin embargo su domicilio en el padrón electoral no cambió, es el mismo de 40 años atrás. Para votar deberá cruzar la ciudad y además sospecha que tropezará con viejos vecinos y eso lo acobarda. Siente que lo empujan al centro de la escena cuando todavía no aprendió el libreto. ¿Viajará al pasado y emprenderá una aventura de consecuencias impredecibles?  Busca razones que le ayuden a afrontar y superar el reto homérico y la primera que se le ocurre es ir a votar para que un día nadie se sienta obligado ejercer su derecho. ¿Acaso no fue San Martín el Libertador de América? Pero acá ningún programa impulsa semejante locura. La defensa de las libertades –salvo unos pocos– no figura en la agenda política porque para la mayoría de los argentinos el voto universal antes que un derecho es un deber patriótico. Solo le quedan para elegir las propuestas de uno o dos de los candidatos menos publicitados, porque los más expuestos en los medios lo llenaron de vergüenza ajena. A las nueve, una claridad ambigua ingresa en el comedor y las últimas sombras que rodean la mesa se levantan y se van, pero regresarán cuando termine este día, entonces junto a ellas escuchará los resultados. De pronto, cuando decidió cambiar sus ropas de invierno por las de verano, la temperatura bajó.
El taxista dice: “Tá lindo pal locro”. El siempre asoció el locro con las fiestas patrias. Está claro que el taxista vive una fiesta patria cuando en la radio se suceden las voces de los candidatos que hasta ayer revolearon mortajas, se lanzaron polvo de ángel y finalmente se atacaron con humores cadavéricos. La danza macabra continúa. Ahora se amenazan con acciones penales, discuten al nivel de la farándula porque son parte de la farándula misma y no ocultan el desprecio que sienten los unos por los otros. Unos se quejan de la lluvia, otros denuncian obras inconclusas y todos –con el agua al cuello– recelan de todos. Para esta noche de narices blancas se anuncian fraudes y otras turbulencias en gran parte del país. Sin embargo en algo están de acuerdo los candidatos, se muestran felices con la gran fiesta de todos.
Contra lo esperado, no encuentra  en la cola de espera a otro  conocido que no sea el flaco aquel, amigo de amigos que ya no están. Se reconocen y se estrechan las manos.  Minutos después entra al cuarto oscuro y se demora como cualquiera lo haría ante una mesa de saldos y retazos. Finalmente pone su voto en el sobre, el sobre en la urna, el documento en el bolsillo y sale a la Plaza de Las Banderas. Ahora el cielo se ve más oscuro, el aire es más frío y entonces se dice que en un día como este bien vale una tallarinada.

Publicada en Pausa #159, miércoles 12 de agosto de 2015
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