viernes, 24 de julio de 2015

Ventanilla o pasillo


A la fuerza he tenido que acostumbrar mi cuerpo y mi cerebro a viajes maratónicos. Entre doce y quince horas semanales son las que me paso sentado en un semicómodo asiento de colectivo… a veces, con mucha suerte, en uno cómodo (o sea, cama). Afortunadamente, no tengo inconvenientes en dormir un rato considerable durante el viaje, sea la hora del día que sea. Sin embargo, con el avance de la edad avanza, también, el tiempo en que me mantengo en vigilia y eso hace que, de manera progresiva, el tedio aumente. Libros, mp3 y auriculares (siempre auriculares, por favor), alguna película bastante mala que suelen pasar cuando no ponen algún recital de bachata o latinlovers ignotos para mí: todo ayuda a paliar los baches de las rutas… o casi todo.
Casi todo porque a veces debo recurrir a un régimen rígido de comportamiento para que ningún imprevisto haga aún más empinado el recorrido desde un lugar a otro. Y cuando digo imprevisto, como bien puede cualquiera imaginarse, quiero decir: bebé llorón, niñ@ pateador de asiento, señora mayor verborrágica y/o sujeto con incontinencia urinaria. Sí, todo eso, y más, prevé mi mente antes de la partida para que mi viaje intente ser lo menos horroroso posible (ya que placentero es muy difícil que lo sea, con nuestro sistema monopólico de transporte interurbano).
En primer lugar, hay que tomar una decisión fundamental: ¿ventanilla o pasillo? Ventanilla. ¿Por qué? Porque el colectivo hace varias paradas durante el recorrido y eso implica que sube y baja gente. Si uno elige pasillo está expuesto a que lo molesten en cada una de las paradas los nuevos viajeros o los que ya han llegado a su destino. Eso significa interrumpir el sueño cada dos por tres por culpa de la gente que no viaja al mismo lugar que yo. Pero, por si todo esto fuera poco (diría un vendedor ambulante de esos que se suben al cole), te evitás también al que se levanta para ir al baño o buscar café. Por lo tanto: ventanilla. Pero como toda decisión implica asumir un riesgo, si elegís ventanilla y sos vos al que le agarran ganas de ir al baño, te convertís en el insoportable al que estamos intentando evitar. Por lo tanto, como nos decían nuestros padres: “Andá al baño antes de salir que después no paramos”.
Pero además, elegir ventanilla te hace dueño casi exclusivo de la cortina. O sea, sos el que se arroga el privilegio de decidir cuándo dejar que entre la luz y cuándo no. Desde luego esto no evita que si alguien se sienta al lado nos pida que por favor abramos un poco la cortina porque quiere leer. ¿Solución? Hacerse el dormido. Y si la persona osara abrirla igual, pasando el brazo por encima nuestro, uno se hace el que se despierta ofendido y listo. La culpa, recuerden, es una excelente arma a la cual recurrir en todo momento. Recuerden que adelante y atrás de nuestro asiento habrá otros intentando hacerse del control de la cortina y, muy a pesar de los abrojos con las que las mantenemos cerradas, siempre queda una hendija por la cual se inmiscuye la luz directo a los ojos. Duérmanse con el codo sobre la correa que la sostiene, queda estancada y si alguno le reclamara algo, la respuesta es “a cagarse, como dijo Balcarce”.
Otro motivo para elegir la ventanilla es que si uno está en el pasillo y sube una persona mayor (un viejo, para ahorrar eufemismos) que tiene que pasar a la ventanilla, le estamos dando la excusa perfecta para que se nos ponga a hablar y no pare hasta que nos dan ganas de desatornillarnos el cerebro con un sacacorchos. No lo olviden: auriculares aunque no escuchen nada porque esas personas no entienden (o no les importa) que los reiterados “ajá” o “mjúm” significan “no me importa, no quiero hablar con vos”. Y chicos, por favor, jamás de los jamases acepten el asiento más cercano a la puerta porque es fija que sube un viejo/a que sacó el pasaje dos minutos antes de la partida, le dieron un asiento arriba, semicama, pero como es mayor “y yo ya no puedo andar subiendo las escaleras, m’hijo”, te condena a un pasillo con un nene de dos años al que lo descompone el colectivo y terminás todo vomitado.
Por todo esto, y mucho más que por la extensión que debe tener la columna y la conveniencia de ilustrarla con una foto así pega más y todos los detalles editoriales de los que no me hago cargo, saquen el pasaje con anticipación y exíjanle al vendedor que le dé “ventanilla, del lado contrario al del sol  y que, en lo posible, todavía no haya nadie ocupando el asiento contiguo”. De esa manera logrará parecerle lo suficientemente insoportable al tipo como para que le dé pasillo, anote el asiento que le dio en un papelito y a la primera madre con dos críos llorones desaforados, les dé o la ventanilla que nos quitó a nosotros o los asientos de atrás así viajamos con un intermitente pateo de columna que durará las cinco horas del trayecto.

Publicada en Pausa #158, miércoles 22 de julio de 2015
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