miércoles, 1 de julio de 2015

Harina derramada

La calle, por José Luis Pagés

Hoy me rindo ante un plato de polenta con tuco, pero cuando era pibe no comía otra cosa que una o dos porciones aderezadas con manteca y un buen parmesano. Aquella insobornable inclinación mía por la harina de maíz sólo aceptaba la compañía de un bife de carne vacuna. Mi rutina alimenticia incluía el pan, además de incontables tazones de café. Sólo el día de Pascua mi apetito se abría a una delicia mayor, la empanada gallega rellena de atún, puré de papas y huevos duros, además de aceitunas, pimientos rojos y otras hierbas que yo apartaba como al descuido. 
Recién muchos años después una gripe mal curada me privó  de esos manjares. Al cabo de unas semanas de ayuno y abstinencia pude comprobar con infinito placer que las chauchas, remolachas y berenjenas que yo había despreciado toda mi vida eran tan exquisitas como las frutas, cualquiera fuera su sabor, forma y color.
Ahora, cuando recién a mediados de junio de 2015 el frío se hace sentir, el aprendiz de brujo sacó de la oscuridad su larga cuchara de madera y así reapareció la polenta con tuco y queso rallado que reconfortó mi espíritu. 
Mientras el tenedor iba y venía, recordé que en una oportunidad señalé a ese plato entre mis preferidos, pero alguien lo rechazó porque decir polenta era llamar a la desgracia. Fugazmente recordé los tantos  paquetes de harina de maíz estrellados una mañana contra las paredes de la Casa Gris por un grupo de vecinos indignados. La cronología que siempre traicionará la memoria me devuelve a los saqueos del trágico 2001, al calor insoportable, al griterío, a las voces de mando, a las maldiciones y pedradas, a los tiros y las granadas, al olor de la pólvora, a las camisas ensangrentadas y aquel pañuelo blanco con el que nos abrimos paso al hospital.
Aún con muertos insepultos en Santa Fe se pactó la paz y la calma renació en las calles. De pronto cientos, miles de personas hacían colas interminables ante las puertas de los supermercados para recibir los bolsones conquistados a dentelladas. Uno de ellos me mostró como trofeos arrancados al enemigo una caja de leche,  una lata de tomates, un paquete de fideos y otro de polenta, que –eso me dio entender– no era de su entero agrado. Y claro que lo entendí, porque entonces todos estábamos calientes y a fines de diciembre  el asfalto quemaba bajo los pies.

Publicada en Pausa #156, miércoles 17 de junio de 2015
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