viernes, 20 de marzo de 2015

Sórdido y brillante

Compuesto por nueve relatos, Luces de Navidad obtuvo el Premio Alcides Greca en 2014. Aquí, un paseo y una entrevista a su autor, Francisco Bitar.

Por Pablo Cruz

La primera vez que leí Luces de Navidad entendí que habilitaba su traducción a un mapa. Me gustan los mapas. Quizá por eso le envío un e-mail a Francisco proponiéndole  recorrer la ciudad para charlar sobre el libro. Me pide que lo llame al fijo. Eso hago y convenimos un día. La fatalidad existe y el martes las calles amanecen anegadas por la lluvia. Finalmente, una tarde de sol, nos encontramos en su casa de barrio Candioti. ¿Por donde empezar? Subimos al auto y avanzamos por Aristóbulo del Valle. En el puente negro doblamos al oeste hacia Facundo Zuviría. Luego tomamos por Diagonal Goyena, la frontera norte del universo Bitar, la calle donde trascurre el cuento “El vestido azul”. Allí, la ilusión de Dorita estalla a medida que las horas le devuelven, por un lado, el verdadero peso del vínculo con Andrés, y por otro, la necesidad de pasar a la siguiente etapa: “Qué antigüedad, pensó al recibirlo, y lo sumó a su ropero como quien no puede tirar un regalo. Nunca pensó en usarlo pero ahora ¿quién lo sabía con seguridad? Todas las posibilidades, de pronto, estaban abiertas”.
Parejas que no terminan de separarse, jóvenes solitarios vueltos hacia sí mismos, un atisbo de entendimiento entre padre e hijo; los relatos de Bitar parecen pincelar escenas cotidianas de una clase media, atada con alambres, que le teme a la caída, y en donde en principio poco pasa. Sin embargo, cada uno de los cuentos plantea una escena  decisiva en la historia de los personajes. “En eso son bien trágicos”, dice Francisco, “ponen al héroe ante una situación que lo define o que lo obliga a definirse”.
En la narrativa de Bitar la personalidad  de los varones se proyecta en automóviles que reniegan de la tecnología de inyección: R12, Dodge, 147, 3CV. Son tipos dubitativos,  poco consientes de la finitud del mundo. Las mujeres en cambio parecen tener las cosas en claro. Hay algunos patrones recurrentes en los relatos. En principio los objetos no son inocentes y guardan un carácter revelador: un billete de cien pesos, el flotante del tanque de agua, una campera. Los elementos  se plantean al comienzo como una información precaria y se van agregando como capas que cobran sentido hacia la cercanía del cierre. “Parecen accidentales, pero no lo son”, reflexiona Francisco, “aunque tampoco están premeditados, se van dando con la escritura. Fíjate que el clímax en ‘Ropa vieja’ llega cuando Matías se confiesa a la ex suegra, y después ella lo despide para siempre y él entiende que terminó un momento de la vida. Y el relato entra en una meseta, la escena declinante, que te ofrece un barniz medio poético, te permite  suspender los elementos y juntar algún que otro objeto que estaba dando vuelta en el cuento, hasta dar con segundo final”: “El cura arranca el auto –A esta altura, ya está tu ropa por ahí, perdida por el mundo”.
Ahora estamos charlando frente a la vidriera del “Gringo pescador”, en calle Chacabuco. En “La imaginación del pescador”, el relato de la serie que destila mayor sabor a Hemingway, los hermanos Ferro entran al local: “…con solo poner un pie en ese lugar, todo hacía pensar que la respuesta era que sí: que otra vida era posible”. “Yo quería salir con mi hermano a pescar”, recuerda Francisco, “pero necesitábamos alguien que nos tirara una onda. Entonces vine con mi mujer y le dijimos al dueño que teníamos una caña, y el tipo se mandó un discurso impresionante sobre el arte de la pesca. Al final no hicimos nada”. La palabra del Gringo funciona como autoridad en la materia; un hombre experimentado, silvestre,  sabio en los caprichos de la naturaleza y las pasiones de los hombres que la enfrentan. Sin embargo la desesperanza de la vida urbana vuelve a sobreponerse cuando uno de los clientes, indiscreto, deshabilita la palabra del Gringo al revelar las razones de su parálisis. “El tipo sobrevivió a lo peor”, comenta Francisco, “pero tuvo una segunda oportunidad”. Inmediatamente recuerda una historia encriptada en el El halcón maltés, donde Sam Spade relata la historia de un hombre que caminaba por la calle y frente al que cae una viga. Ante la posibilidad absurda de estar, literalmente, a un paso de la muerte, el hombre decide abandonarlo todo y hacer otra vida. Bitar parece obsesionado con el tema.

Continuidad y limitaciones
Tomamos mate, hacemos una pausa. Luces de Navidad es parte de una trilogía iniciada con la novela Tambor de arranque (EMR, 2012) y que espera un tercer trabajo, aún inédito. El eje de ese sistema es el devenir de la familia Ferro alrededor de la cual orbitan, con mayor o menor cercanía, otras historias. Si bien cada cuento puede leerse como una unidad en sí mismo, también guarda en su interior una llave que le permite al lector abrir una puerta hacia otro relato. Por ejemplo, en “Todo lo que no sirve” existe un diálogo que remite a un poema que habla de un jardín que ha sido descuidado. De esa forma todos los componentes contribuyen a la arquitectura de un universo que los contiene.
—¿Pensás seguir fiel a ese sistema?
—En un principio mi plan es continuar ese universo que se abrió con Tambor de arranque y tengo proyectos que le dan continuidad, que desarrollan eso del tipo que se va, los hermanos que buscan al padre; pero también siento una limitación. Y la tendencia es desmarcar la literatura de un universo autosuficiente, al que eran más proclives los escritores modernos.
—¿Es la tendencia actual?
—Sí,  promovido por autores como Aira, que no se circunscriben a un universo estricto. En ese sentido Saer y Aira serían como los opuestos, uno estaría en el lugar del emblema de una época que termina y otro de una que comienza.
—¿Y vos no querés perderte el tren?
—No, ¡para nada! Hay razones prácticas. Para seguir escribiendo al ritmo que venía necesitaba internarme cuatro o cinco horas por mañana, estar concentrado, y no pude hacerlo más, porque vino el embarazo, nació mi hija y cambiaron las rutinas. Entonces necesité darme otra forma que me permitiera escribir y que al mismo tiempo me diera la ilusión de estar avanzando. Como lo venía haciendo me generaba una limitación, porque es otro tipo de concentración, me lleva más tiempo. El último libro de cuentos que escribí es distinto, no hay tanto desarrollo, va más al hueso de la cosa, son relatos muy breves que cuentan grandes periodos  de tiempo.
Francisco abre la notebook y me comparte un texto.
Ahora mira el mate que tiene en la mano y cuenta que lo compraron con su padre, un verano en Aguas Dulces. Después se acuerda del accidente que tuvo el padre: venía por la ruta con unos compañeros de trabajo y volcaron, flor de piña. Se salvaron. Ese accidente fue para el padre, como suele decirse, un antes y un después. Como en El Halcón maltés, pienso. Francisco termina de sorber el mate. Cada cuerda toca el conjunto, dice.

Bitar y los libros
Francisco Bitar nació en Santa Fe el 7 de abril de 1981. Es Licenciado en Letras por la Universidad del Litoral. Publicó los libros de poemas Negativos (Ediciones Stanton, Bs. As., 2007), El olimpo (Colección Chapita, Bs. As., 2009, Ediciones Stanton, Bs. As., 2010) y Ropa vieja: la muerte de una estrella (Ediciones Stanton, Bs. As., 2011). Publicó además la novela Tambor de arranque (EMR, Rosario, 2012) que obtuvo el premio Ciudad de Rosario. Tradujo a escritores norteamericanos y trabajó, entre otras, en la edición de Trabajo nocturno. Poemas completos de Juan Manuel Inchauspe (Ediciones UNL, Santa Fe, 2010), El junco y la corriente de Juan L. Ortiz (UNL-UNER, 2013) y 30.30. Poesía argentina del siglo XXI (EMR, Rosario, 2013). Cuentos y poemas de su autoría integran diversas antologías y fueron traducidos al inglés y el alemán. En el año 2013 le fue concedida la Beca del Fondo Nacional de las Artes y en 2014 el premio Alcides Greca por su libro de cuentos Luces de Navidad.

Su estado natural, un poema de Francisco Bitar

Publicada en Pausa #149, miércoles 11 de marzo de 2015.
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