miércoles, 24 de septiembre de 2014

Una primavera lluviosa

Otro yo mismo, por Mari Hechim

Mira la frase en el televisor: nos espera una primavera lluviosa, y lo apaga. Deja el control sobre la mesita. Mira por la ventana: cae la noche. Hay mucha humedad afuera. Estará llegando a su casa, se va a desvestir, se va a dar el baño de las 8. Sin prisa, se acomoda los pantalones, se estira la camisa por debajo, se ajusta el cinto. Camina hasta el mueble, abre un cajón, saca las herramientas, pocas, y vuelve a mirar por la ventana. Imagina el movimiento en este momento en las casas del barrio, de la ciudad, del mundo; las mujeres ajetreadas en las cocinas, los maridos sentándose frente al televisor, los niños haciendo quilombo. Él no tiene esos problemas. Él vive solito y solo, cena a las dos de la madrugada, se sienta en bolas a la mesa, lava los platos una vez por semana, nadie que lo esté jodiendo con hacé esto o lo otro. Pero tiene su mina. Vive a pocas cuadras de su casa; llega de trabajar, baja de su autito rojo. También vive sola y no tiene que soportar un idiota que prefiere mirar interminables partidos de fútbol en vez de ir por la casa haciéndole reverencias todo el tiempo como ella se merece.
Sale de la casa y se encamina hacia la izquierda. Otra vez va a ir a verla pero hoy será hoy. No será ayer ni será mañana. Una cuadra antes hace el paso más enérgico. Ahí está el autito. No mira a ningún otro lado que no sea la puerta de la casa adonde se dirige, la abre, entra, se detiene un minuto. Escucha. El ruido de la ducha no es apagado, es continuo y oye la intermitencia leve que produce la caída del agua al dar contra su cuerpo. Es distinto al ruido que hace al caer sobre el piso. Cuando moja un cuerpo el sonido se adelgaza, no repiquetea.
Mientras espera, pasa la vista por el living, que, ya sabe, es como todos: un par de sillones, una mesa de las que se usan ahora, tipo palet, cuadritos. Se pregunta qué diría su madre, ella que cuidaba tanto el mármol blanco con vetas rosa que cubría su mesa de living. Mueve la cabeza, como negando, con una sonrisa. Oye la interrupción de la ducha, se adelanta, saca del bolsillo el alambre, lo estira con las dos manos.

En Pausa #142, miércoles 24 de septiembre de 2014. Pedí tu ejemplar en estos kioscos.

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