domingo, 22 de junio de 2014

Todas somos Muriel Glass

Otro yo mismo, por Mari Hechim

En la tarde tranquila, Hesíodo y yo nos mirábamos de vez en cuando. No nos gustábamos; nos respetábamos. Él ahí, lamiendo su patita; yo, acá. Todas teníamos nuestra Die Traumdeutung pocket. Las chicas decían: “Vos le proyectás tu odio inconsciente”. Yo decía: “Inconsciente, no”. En ese momento yo pensaba en la pobre Muriel Glass. ¿Por qué, en vez de encontrarse a este joven poco considerado, no haber conocido a algún tipo bien viril, de esos miles que, no solamente estuvieron en el desembarco de Normandía, sino incluso en la divertida Primera Guerra, donde en Navidad los enemigos hacían tregua para festejar, y algunos hasta habrían estado en las brigadas hasta la caída de Madrid? Uno que concurriera a una aceptable fiesta de casamiento y una luna de miel, preludio de niños bonitos y ruidosos y un largo etcétera.
De pronto oí ruidos: pasos, llave, portazo. Laura entra todo llanto y gritos ininteligibles. Ni juntar mil ríos hubiera dado tanto dramatismo: era un mar de lágrimas. Ahí nomás se tira boca abajo en la cama, temblando entera. Le toco la cabeza, de cabello bien cortito, “Eh, ¿qué pasó?”. Entre sollozos grita enfurecida: “¡Me trató como a un sofá, me dijo que yo era confortable!”. Él era todo dientes blancos y jeans sucios. Lo había conocido por la calle y, lo que es la vida, era de nuestra agrupación, pero de Psicología en Rosario. “Bueno, Pelito”, le digo, “calmate, vamos a tomar unos mates”. Otro rato de furia y pena. El gato pasa corriendo. El llanto se va atenuando de a poco, hasta que se sienta en la cama, sonríe entre mocos: “Bueno, dale, tomamos unos mates, pero después sigo llorando, ¿eh?”.

Publicada en Pausa #135, miércoles 11 de junio de 2014
Encontrá Pausa en estos kioscos

No hay comentarios: