viernes, 27 de junio de 2014

Cliente: ¡atención!


No voy a develar ninguna verdad oculta (no soy un oráculo), diciendo que siempre hay una empresa (por lo general multinacional) dispuesta a ensartarnos (no encontré mejor palabra para ilustrar las imágenes que en este momento se me vienen a la mente cuando pienso en empresas y yo) a la primera de cambio. Por eso mismo hay que mantener todos los sentidos en alerta y tener siempre listo, tal boy scout gordinflón, el “No, gracias” ante cualquier zarpazo de bestia hambrienta de lograr vender una supuesta “promo imperdible”.
Como no es difícil advertir, todo esto lo sé porque me han promocionado de manera imperdible la paciencia cientos de veces. También me promocionaron el bolsillo. O sea, soy un gil a pilas triple A (¿a ustedes no les genera cierto pavor ir al kiosco y pedir pilas “triple A”, o sea paramilitares). En fin, la cuestión es que cada vez que un telemarketer te llama por teléfono, la palabra “gratis” (hablando de semiótica) se torna de lo más polisémica.
Hace ya un par de años me llamó una señorita en representación de la empresa de telefonía móvil de la que soy cliente (quiero aclarar, habiendo visto que no conozco usuario que no se queje de su empresa de celular, que el problema no es de una empresa particular… son todas igualmente fraudulentas y leoninas en su ensartada al usuario, porque el problema no es la empresa sino la libertad de mercado) ofreciéndome un equipo totalmente gratis. Le pregunté 800 millones de veces si no tenía que pagar ni siquiera el envío o un sellado. “Nada”, fue la respuesta de la ensartadora. Recibí el equipo, y como yo ya tenía uno, se lo regalé a mi hermana… En 5 horas de uso, “la promo por buen cliente” le consumió todo el crédito disponible para un mes ya pago. Sí, el teléfono era de una tanda que había venido fallada y se los quisieron sacar de encima. ¿Quién les hizo el favor? Sí, claro, yo. Ojalá, y Dios mediante (porque de estos tipos el único que te puede salvar es Dios haciéndote llegar tu hora), allí terminara la historia. Al tiempito de eso me quise cambiar de plan porque me estaban arrancando el marote con el abono mensual… Una nueva representante de la clavadora de usuarios (menos mal que son empresas del sector “servicios”), me dice: “Pero para cambiar de plan debería usted pagar una multa antes, porque tiene registrado un nuevo equipo a su cuenta, y por ello debería esperar al menos 24 meses para poder transferir su número a un nuevo plan y bla, bla, bla”. Ajá. ¿Equipo Gratis? Gratis fue la de insultos a nadie que estuve y estoy dando todavía… Creo que me quedan como 4 meses para dejar de rabiar… y no hacer absolutamente nada al respecto.
Televisión por cable e Internet son servicios de la misma calaña. El monopolio, fusión de dos empresas decreto presidencial mediante (que vendría a ser algo así como un “Dios mediante”, ya que por decreto nadie me preguntó si me quería cambiar de empresa así porque sí), me viene actualizando las promos desde hace casi 5 años. Entiéndase por ello: me vienen aumentando la cuota casi 50% por año.
¿Recuerdan el choreo a las cajas de seguridad del Banco Macro? Bueno, 48 horas después resulta que el banco (del que no soy cliente) me llama para avisarme que tengo tanta, pero tanta suerte, que ya tenía a disposición para retirar mi nueva tarjeta de crédito gold, silver y bronce también… Tarjeta que, por supuesto, nunca solicité (y que nunca fui a retirar tampoco). ¿Me preguntaron si la quería? No, por lo que tuve que apelar al célebre “no me interesa” y, culpa mediante (la culpa sí que es Dios, no me jodan) cortarle el teléfono al pobre empleado (pobre en sentido literal y en sentido afectivo, porque esas empresas de servicios tercerizados ofrecen trabajos mal pagos y precarizados a sus telefonistas).
Pero entonces ¿por qué tardé tanto en escribir este descargo? Porque no fue hasta el miércoles pasado que me di cuenta hasta qué punto estoy embotado por estos ensartadores que me llamaron del banco (del que sí soy cliente obligado por mi empleador) para pedirme que pasar a actualizar unos datos, así no me cobraban no séqué cosa. Fui. Cuando llego resulta que accedía de manera automática (o sea, robótica) y gratuita a una tarjeta de crédito, una cuenta corriente que si no quiero usar no me genera gastos y al club de socios de LAN que, me enteré, te regala kilómetros en viajes que podés cambiar por crédito en Falabella. Le tengo miedo a los aviones y no dispongo y Falabella en Santa Fe no existe.
Entre mi ansiedad por volver a mi casa, lo poco que me agradan los trámites y la velocidad con la que la gestora me hablaba terminé firmando algo así de 20 formularios que la chica, sin dejarme opción a leer, me decía de qué se trataba. Los firmé (espero no haber donado mi cuerpo para experimentos genéticos nazis) y me fui. Y fue recién a las dos cuadras me dí cuenta de algo: nunca la bancaria me preguntó si yo deseaba acceder a todos estos beneficios; y yo nunca reaccioné como para preguntarle “¿Y qué pasa si no me interesa tu atropello?” Capaz mi descuido, quién sabe, se deba a que de tanto atropello previo ya ni siento los nuevos abollones. (Espero esta columna sobre lo mucho que me gustan los paréntesis les haya interesado. Gracias por su atención, estimado cliente del periódico).

Publicada en Pausa #136, miércoles 25 de junio de 2014
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