domingo, 13 de abril de 2014

Ciegos, sordos, zombies


“No se podía hacer otra cosa que abandonarse a la marcha, adaptarse mecánicamente a la marcha de los autos que lo rodeaban, no pensar.”
La autopista del sur, Julio Cortázar

Una de las series que sigo semanalmente por internet es TheWalking Dead (“Los muertos caminantes”, o algo así). No es de las mejores, pero tiene zombies y eso me encanta.
Como no es difícil imaginar, todo comienza con un virus o alguna especie de arma química que le pudre la cabeza a la gente, matándolos. Estos vuelven a la vida para hacer una sola cosa: comer carne… y si es carne humana mucho mejor. Desde luego, si un zombie te muerde, te contagia y vos terminás muriéndote, y después volviéndote un caminante que, por inercia, sale a las calles buscando sangre. No les queda otra, no lo pueden evitar. No es una elección: son zombies.
Un policía, el protagonista de la serie, tiene un accidente que lo deja en coma y cuando despierta el mundo tal como él lo había conocido se había acabado. Rick Grimes (ese es el nombre del personaje) sale desesperado en dirección a su casa, buscando a su familia. Al encontrar su hogar desierto entra en pánico y en llanto grita que “Esto no es real, no puede ser real”. El mundo y/o su familia se habían ido, igual que su trabajo como guardián de la seguridad. Ahora es un ex policía deambulando con un solo propósito: sobrevivir hasta donde se pueda.
Rick sale a la ruta solo y no tarda en darse cuenta de que la devastación es total y que está desamparado frente a cualquier amenaza: además de los zombies, muy probablemente todos los humanos estén en la misma situación de desamparo que él… todos están buscando la mera supervivencia, todos buscan llegar primero a los pocos alimentos e insumos básicos para no morir y, en la carrera, todo vale. (Uno podría pensar qué valor tiene la vida en esas condiciones y, entonces, preguntarse para qué insistir en seguir vivo).
Casi al borde de ser alimento seguro y saludable, Rick se topa con un joven que lo ayuda a escapar y surge en la serie el hilo conductor de las siguientes tres temporadas: es necesario pertenecer a un grupo social para poder sobrevivir mejor; es mejor vivir de manera organizada y, en grupo –solo en grupo– autoabastecerse. Y eso implica establecer una serie de normas para convivir y sobrevivir. No cumplirlas significaría el exilio y dos posibles alternativas: encontrar otro grupo que te acepte (es decir, que esté dispuesto a compartir los pocos insumos que tienen con un extraño que no se sabe ni cómo ni de dónde salió) o enfrentarse solo a los zombies. Así, pues, Rick, nuestro héroe desde ese momento (momento que coincide con el del su reencuentro con su mujer e hijo) sintió que debía permanecer en comunidad. O, como dice Cortázar, sintió que “todo entraba en el orden, que se podría seguir adelante sin destruir nada”.
Pero en un mundo destruido, no queda nada sin destruir. Eso incluye a las personas que, además, van erosionando gradualmente la tranquilidad dentro de su minúsculo grupo, precisamente por estar destruidas. Y ante este panorama no hay orden social que valga la pena sostener. Como dice Rick al final de la segunda temporada: “Esto ya no es una democracia”. O sea, ya no hay otro semejante, solo hay una amenaza de muerte y por ello hay que matar; y así hasta que, indefectiblemente, la amenaza sea mayor que mi resistencia que se va desgastando hasta extinguirse y, lógicamente, caiga abatido ante el golpe del más fuerte.
Porque por más que me defienda mordiendo, quiero decir, con las mismas armas que los zombies (los dientes), porque cuando no hay donde ir, cuando no hay cuerpo social que construir porque no hay sociedad, cuando se acabó el tiempo y todo es presente y espera del último aliento, en algún momento voy a sucumbir frente a un grupo más fuerte y, por mera supervivencia, ese grupo va a asaltarme y a matarme. Y llegado el momento, deberé agradecer que me destruya a golpes el cerebro para no convertirme en un cuerpo putrefacto que camine muerto sediento de sangre, con un solo propósito: sobrevivir… o seguir haciendo lo mismo que venía haciendo hasta que me mataron.

Publicada en Pausa #131, miércoles 9 de abril de 2014
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