lunes, 2 de diciembre de 2013

La caída de la Casa de la Cultura

Es un perla del pasado en pleno bulevar, pero se está desmoronando. Sin definición sobre sus futuras funciones, las obras de restauración se encuentran paralizadas.

Por Milagros Argenti

Pese a ser Monumento Histórico y Cultural Provincial, la Casa de la Cultura ha chocado, a lo largo de décadas, con obstáculos varios para su recuperación total: falta de planificación, de decisión política y de interés, fundamentalmente. Mientras tanto, el valioso inmueble presenta un inocultable aspecto ruinoso tanto en su exterior como en su interior, y los trabajos que en él se realizan siguen siendo escasos y desordenados.

Breve historia de un ícono
El inmueble situado en Bulevar Gálvez 1274 data de 1910 y fue construido por orden de Luciano Manuel Leiva (1877-1924), hijo de Luciano –gobernador de la provincia entre 1892 y 1896– y bisnieto de Manuel –constituyente en 1853–, un integrante del sector social más influyente de comienzos del siglo XX en Santa Fe. Si bien se desconoce la autoría del proyecto, se sabe con certeza que Francisco Ferrari estuvo vinculado a su ejecución. Ferrari fue quien edificó la Casa Gris.
Entre 1916 y 1919, Rodolfo Lehmann ocupó la vivienda junto a su familia. A partir de entonces, el inmueble empezó a ser conocido como “la casa de los gobernadores”. Luego de que la provincia lo comprara en 1942, se dispuso por decreto que el inmueble sería la residencia oficial de los mandatarios. Pero el 17 de noviembre de 1990 se constituyó a la construcción como sede de la Casa de la Cultura de la ciudad de Santa Fe. En 1998 el edificio fue declarado Monumento Histórico y Cultural por la ley provincial 11.659.

Salvar la estructura
La Asociación de Amigos de la Casa de la Cultura fue creada el 14 de abril de 1998 con el objetivo de “llevar adelante un proyecto de restauración integral y puesta en valor” del lugar. Ya en ese entonces, el inmueble se estaba hundiendo. Los caños pluviales y cloacales se fueron rompiendo y su contenido se esparcía libremente sobre el jardín circundante. Con el tiempo, la construcción terminó prácticamente asentada sobre barro.
A partir de 1999, la entidad se abocó a solucionar ese grave problema. Luego de hacer un estudio del suelo, se consolidaron los cimientos para que la casa recuperara capacidad portante: se inyectó cemento y se recalzó la estructura mediante micropilotes hasta volverla a su posición original. Esos trabajos se prolongaron por 10 años.
Paralelamente, se procuró un mantenimiento básico de ventanas, paredes y techos, se destaparon cañerías, se desmalezó y desratizó y se apuntalaron vigas y aberturas. En todos los casos, la asociación recibía los subsidios y tenía a su cargo la contratación de las obras –con la asunción de responsabilidades que eso implica– y la correspondiente rendición de cuentas ante el Estado provincial. Según datos de la institución, la inversión total fue de $ 1.369.729,30 entre enero de 1999 y julio de 2009.

Restaurar sin planificar
Una vez salvada la estructura, llegó el momento de la restauración propiamente dicha, que es sin dudas lo más costoso. La idea de la asociación era avanzar por etapas, siguiendo el proyecto integral elaborado por la arquitecta de la entidad, Silvia Bournissent, a pedido del gobierno de Jorge Obeid. El 29 de noviembre de 2006 el entonces mandatario provincial prometió recuperar el inmueble antes de culminada su segunda gestión y anunció una inversión de cuatro millones de pesos con ese fin. Pero el trabajo de Bournissent cayó en saco roto y la mecánica continuó siendo la de siempre: la entrega de subsidios en cuentagotas y la ejecución de tareas sin una planificación total. Luego, los socialistas se encargaron de prolongar esa lógica hasta nuestros días. Comenzando por el ex gobernador Hermes Binner, que dio una clara muestra de esa falta de visión holística.
Espera impaciente por obras el gigante, que hasta tiene habitaciones de madera en los techos. Foto: Olivia Gutiérrez

El 10 de junio de 2009 el ahora diputado nacional electo anunció una partida de un millón de pesos para la Casa de la Cultura. La asociación recibió la mitad de ese dinero. Luego, se cortó la sociedad entre ambas partes. La ruptura nunca se verbalizó, pero hay motivos que se comentan por lo bajo. La institución destinó parte de ese desembolso a la compra de aires acondicionados y su colocación y las críticas llovieron: ¿por qué adquirir “lujos” si el lugar se caía a pedazos? Primeramente, hoy por hoy es impensable un inmueble de uso público en Santa Fe que no tenga refrigeración. Lejos de ser algo suntuario, se ha tornado una cuestión de supervivencia para el verano. Y para poder resolver esa cuestión era imposible poner los splits comunes, porque al ser monumento histórico, la forma y apariencia del inmueble no pueden ser alteradas: se requirieron equipos especiales.
Pues bien: ese “ajuste” implica modificaciones internas que deben ser previas a la restauración final. No tiene sentido erradicar humedades, reparar aberturas, reemplazar cubiertas, arreglar pisos, yesería y molduras, y finalmente pintar, para luego romper nuevamente e instalar los aires. Con ese mismo criterio, la asociación se ocupó del sistema antiincendios y de las perforaciones para un ascensor para discapacitados. Pero claro, nadie iba a cuestionar estas acciones.

Las obras, hoy
Actualmente, los trabajos en la Casa de la Cultura están a cargo de la Dirección Provincial de Arquitectura e Ingeniería (Dipai). Pausa procuró insistentemente una entrevista con su titular, Oscar Mallía. La intención era conocer, entre otras cosas, adónde reposa el proyecto que planificó Bournissent y dónde agonizan los equipos de aire acondicionado comprados hace cuatro años por la Asociación de la Casa de la Cultura, que nunca fueron colocados. La negativa a ese encuentro fue sistemática y la escueta respuesta del Ministerio de Obras y Servicios Públicos, recibida vía e-mail, fue la que sigue:
“Las dos primeras intervenciones para la recuperación del edificio están en marcha. La primera corresponde a la reparación de aberturas exteriores y fachada sur del edificio, y está pronta a terminar. El monto de esta intervención es de $248.198,49. La segunda, correspondiente a la reparación de aberturas exteriores y fachadas este y oeste, se encuentra en estado de inicio de obra. En este caso el monto por el cual fue adjudicada es de $337.760”. El texto promete también que “luego de finalizadas estas acciones se prevé la continuación de las intervenciones tendientes a la preservación de mansardas y cubiertas en general, restando una intervención interior; la que luego de definidos aspectos funcionales y de destino, permitirá la recuperación integral del edificio y la liberación al uso público”.

Entender el patrimonio
Para la Asociación de Amigos de la Casa de la Cultura, el valor del inmueble radica no sólo en su calidad constructiva, sino “en lo que representa como testimonio de los sentimientos y gustos de la clase alta santafesina de principios del siglo XX”. Además, es la única vivienda original que conserva en su totalidad la tipología típica de las moradas que poblaron el bulevar cuando éste se abrió, con claras influencias de la Belle Epoque que llegaban a estas tierras.  Lo curioso es que esto, que la entidad considera un activo, se le ha vuelto en contra en forma de prejuicio. “Lo que siempre tuvimos como obstáculo para la restauración”, cuentan, “es esa idea de ‘vos querés gastar dinero en algo que pertenecía a una clase acomodada, y los chicos se mueren de hambre’. Cualquiera que trabaje en preservación de patrimonio sabe que esa concepción parte de una base equivocada”. Y no es la única falacia. Es un secreto a voces en los sucesivos ministerios de Obras Públicas y de Cultura que no se le encuentra utilidad al  inmueble. Su estructura no resiste un uso popular, y eso frena su recuperación. El propio mail antes transcripto, lo sugiere: “resta una intervención interior; la que luego de definidos aspectos funcionales y de destino, permitirá la recuperación integral del edificio”. Léase: hasta que no se “definan” esos “aspectos funcionales y de destino”, no se realizará la “intervención interior” que permita “la recuperación integral del edificio”. Nuevamente, esa visión se da de frente con la noción de Patrimonio. “El patrimonio es memoria”, indican desde la Asociación. “Y se preserva el objeto pretendiendo preservar la memoria. Uno opta por rescatar valor. No medido en términos de ‘cuánto’, sino de ‘qué’”.
La discusión con la provincia no termina allí. “El Molino Fábrica Cultural o La Redonda, en el fondo, no comparten esta idea que queremos recuperar, que es la de casa-habitación para mostrar, no la de edificio público o comercial. Nuestra gran discusión es que para ellos eso fue recuperación patrimonial y para nosotros fue recuperación de espacios, indiscutiblemente muy bien hecha, pero no con un criterio de protección del patrimonio arquitectónico. Son espacios fantásticos pero ¿qué te quedó de lo que eran? Vos vas a La Redonda y por el entorno podés inferir, pero adentro no se conserva nada de lo ferroviario. Entonces, nosotros creemos que tiene que haber una política de protección del patrimonio por el propio concepto de tal”.
La Asociación no se arroga el derecho de decidir qué destino darle a la Casa de la Cultura. Lo que pretende es que su restauración no dependa del uso específico que pueda dársele. “Al espacio hay que recuperarlo, pero también el concepto de lo patrimonial tiene sentido si hay apropiación a través del uso, cuando la memoria se transfiere al uso y viceversa. Después cada espacio, a su vez, define hasta dónde puede ser usado. Los usos vienen definidos por el propio espacio, y a la vez el espacio también genera el uso. Creado el espacio se genera la necesidad. No es al revés. Eso se construye al andar, pero al espacio hay que tenerlo”.

Publicada en Pausa #126, miércoles 20 de noviembre de 2013

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