domingo, 1 de diciembre de 2013

De rutas, curas y asambleas

Diego Gentinetta y Mariano Peralta van por los 2300 kilómetros en bici.

Es jueves. ¿Cómo estará el patio de Kusturica? No lo sabemos. Estamos en Colchani, un pequeño pueblo del sur de Bolivia que se puede describir de la siguiente manera: no hay un sólo árbol y el concepto del mismo difícilmente exista entre la gente del lugar, es imposible conseguir agua caliente para el mate y ni soñar con una cerveza fría, todas están al tiempo. Sin embargo, aquí estamos, acampando dentro de una cancha de fútbol con nuestra carpa en posición de wing izquierdo. Hasta aquí nos trajo el deseo de conocer el Salar de Uyuni, que se ubica a 5 kilómetros del pueblo. Hasta aquí llegamos luego de recorrer seis provincias argentinas, de pedalear 31 días, de recorrer 2300 kilómetros.
La dupla que arrancara desde Santa Fe el 15 de septiembre viaja en La Lechera y La Morocha, cruzando el departamento de Potosí, Bolivia.

Lo primero fue dejar el pago, Santa Fe. En tres días, la Morocha y la Lechera rodaban por Córdoba. Empezábamos a experimentar el arte del mangueo. Un lugar para dormir, un poco de agua caliente, la clave del wi fi, donde enchufar uno o mil cargadores. A la Docta la cruzamos de un tirón. Lo destacable fue la hospitalidad de Ester, administradora de un hotel que habilitó un cuartito para casos como el nuestro, un circo en Villa del Totoral anunciando a la Mole Moli para el espectáculo nocturno y la negativa de los curas de La Puerta y Dean Funes para cedernos un espacio de los extensos terrenos que ocupan sus iglesias.
Esta última ciudad nos vio llegar sin pedalear, empujados por un viento sur, marchando a 40 kilómetros por hora. Allí conocimos a Miriam, en la guardia del hospital. Nosotros estábamos ahí para pasar la noche. Teníamos techo, baño y energía eléctrica. Ella llegó con presión alta. Cuando se enteró de lo que hacíamos en dicho lugar, nos adoptó por una noche. Su casa –vive con sus tres hijos y un agregado del barrio– era más que humilde. Si fuéramos agentes inmobiliarios la venderíamos como un lugar acogedor, para no decir chico. Cocina-comedor, un dormitorio y baño. Sin nada, ofrecieron todo lo negado por el párroco, que luego de bendecirnos cerró la puerta para salvarse de la llovizna y una merecida puteada.

Luis y María
En Catamarca, la campaña para las elecciones legislativas marcó el rumbo. En Recreo dormimos en una clínica privada, administrada por una candidata a diputada por el partido de Luis Barrionuevo. En Icaño, el oficialismo de corte kirchnerista nos cedió el camping y en San Fernando del Valle conocimos, de pura casualidad, al intendente, Rubén Jalil.
Él nos derivó con el Secretario de Higiene Pública, Daniel Zelaya. Hombre comprometido con su trabajo que nos hizo una recorrida completa por la capital provincial. Del dique Jumial a la capilla de la Virgen del Valle, pasando por los barrios más top y por algunos lugares que, solos y en biclicleta, preferiríamos evitar. Para alimentar el morbo, pasamos frente al boliche que hizo famoso una tal María Soledad, aunque no haya pretendido tal cosa.
El  lector promedio del Pausa debería saber los resultados de las elecciones en Catamarca, más precisamente la suerte que tuvo el gastronómico en su intento de meterse en el Congreso. Si lo logró, sabemos cuál fue su clave. Carteles con fondo naranja y azul. Anulan –según ciertos estudios de dudoso origen– las capacidades cognitivas de quienes los miran por un tiempo prolongado.

Faltaba Bernardo
Además de Concepción, Santa Lucía y Amaicha, paramos en Tafí del Valle, con una avenida preparada todo el año para el turista, la birra a $35 en una YPF y una finca colonial a escasas cuadras del centro. En ese lugar nos hospedamos en la habitación contigua a la del Zorro. La estancia, denominada El Churqui, es propiedad de la tradicional familia Zabaleta, que le dio un gobernador a los tucumanos. Un descendiente está casado con una de las Trillizas de Oro. Además de un tractorista –Lolo-, un quesero -Tybo-, un puestero -NN- y, por supuesto, un administrador –Richard-, tienen otros seis empleados. En verano la cancha de polo es escenario de oligárquicas contiendas. La “Z” que marca el territorio y la propiedad privada, llega hasta el Infiernillo, un parador a 25 kilómetros de la ciudad.

UNSa, Unza
En Salta, luego de pagar por primera vez para dormir en la hippie chic Cafayate y de deleitarnos con los paisajes de la Quebrada de las Conchas, marchamos derecho para la capital provincial. Allí teníamos un destino fijo, la Universidad Nacional de Salta, cuyo Rectorado se encontraba tomado por los alumnos. La toma comenzó un jueves, día en el cual el Consejo Superior no sesionó por falta de quórum, día en el cual se iba a revisar la resolución 340/13 –aprobada por el nombrado órgano–- que entre otras cosas disponía para la facultad de Humanidades “que toda vacante de cargos docentes existentes no podrán (sic) ser objeto de llamado a concurso, llamados (sic) a inscripción ni utilización de las economías de los mismos”.
La fundamentación de tal medida venía de un supuesto déficit en Humanidades, déficit que en un momento era de 200.000 pesos, en otros de 400.000 y llegó a ser –siempre dicho por el rector Víctor Claros y sus aliados– de 800.000. Aunque, a la hora de mostrar tales cifras en los papeles, los mismos no existían. De esta manera, no sólo se negaban a rever la medida que anulaba los concursos, sino que además continuaban, desde el Rectorado, con su política de desinformación y manejo arbitrario. La resolución 340/13 fue la gota que colmó el vaso, fue la chispa que encendió la protesta y destapó otros problemas y conflictos en la UNSa. Desde las demás facultades (Naturales, Exactas, Económicas, Salud e Ingeniería) se fueron sumando agrupaciones, estudiantes independientes, profesores. No sólo por solidaridad, también ellos tenían reclamos, exigencias para Claros y los decanos alineados políticamente con éste.
En los días que pasamos en la UNSa, se respiraba una atmósfera de efervescencia, a cada rato había asambleas, se organizaron comisiones –de comunicación, seguridad, cocina, actividades culturales y demás– para mantener una mínima organización.
La toma, sólo del Rectorado y del Consejo Superior, no impidió que la administración funcione, que las bibliotecas abran sus puertas y sus libros y que quienes quieran dictar clases lo hagan. La universidad, concentrada en un predio gigante al norte de la ciudad, no vio interrumpidas sus actividades. Los únicos que no aparecían eran Claros y sus secuaces, para dar al fin quórum y revisar la medida implementada. Mientras tanto, se servían almuerzos y cenas para todos los estudiantes que se plegaban a la toma, había recitales, se pintaban murales, se difundía en los medios de comunicación la versión del estudiantado, se daban clases públicas al aire libre. La UNSa se movía de otra manera.
Con la medida de fuerza levantada, la lucha continúa y los reclamos siguen sumándose en pos de una universidad -como varios estudiantes nos dijeron- del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Mientras tanto, lo mejor que se le ocurrió a Claros en este último tiempo fue mandar a unos ordenanzas a tapar con piun mural pintado en la toma.

El sur de Bolivia
La provincia que más a fondo conocimos fue Jujuy. Haciendo base en San Salvador, es posible visitar lugares que valen la pena.
Para ahorrar un viaje, conviene llegar a la capital por camino de cornisa desde Salta, atravesando varios embalses. Las Lagunas de Yala y las Termas de Reyes, cercanas a la ciudad, son dos de los recorridos recomendables. Lo que viene más al norte es harto conocido (en parte). Purmamarca, Tilcara y Humahuaca son tres poblaciones preparadas para el turismo todo el año. Entre ellas, está la otra quebrada. Tumbaya, Maimara, Uquía, Hornaditas y Tres Cruces son pueblos por lo que el turista medio no anda demasiado. Pero, viajando paso a paso, es interesante recorrerlos.
Más adelante llegó la Puna y es sencillo darse cuenta por el cambio de escenario: desaparecen las subidas, se extrañan las bajadas y las montañas se alejan en el horizonte. Llanura a 3800 metros de altura que nos encuentra viajando con una pareja de alemanes, muchas cholas reticentes a la foto y bicicletas por las calles de Abra Pampa. Internet escasea, se multiplican las ferias, algunos saludan en quechua y La Quiaca –con una mala fama inmerecida– abre una puerta atravesada kilómetros antes.

Publicada en Pausa #126, miércoles 20 de noviembre de 2013

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