martes, 8 de octubre de 2013

La tribu más grande del mundo

El Indio Solari tocó en Mendoza y dimos el presente en el ritual.

Por Marcelo Przylucki

El día del show contradijo a toda la semana previa, por eso muchos llegaron con poco abrigo. La autopista que comunica Salta y Mendoza se congestionó de buses y no estornudó jamás, por eso la mayoría salió desde su rincón del planeta con tiempo de sobra. A poco menos de dos años de la última aparición en directo de la estampita ricotera, todo el país (y no sólo el nuestro) se dejó llevar por el torbellino místico hasta la tierra de incontables viñedos. Las prefiguraciones climáticas engordaron la esperanza de una jornada calurosa, que invite al asado, que seque las gargantas a favor de la ingesta de cualquier líquido. Sin embargo, la temperatura del sábado 14 no jugueteó más allá de los 13 grados. No importó, desde la puerta de ingreso al Autódromo de San Martín hasta la Ruta Nacional 7 hay aproximadamente dos kilómetros de parque, que se llenaron de humo, parrillas, negocios, botellas cortadas como jarras, cantos, ansiedad.
Un expendio de bebidas llamado “Sobrio no te puedo ni hablar”, un puesto de choripanes tras un cartel con el título “El arte del buen comer” o el grito de “¡Llevate un Ternuva, el tetra que toma el Indio!” son la esclarecedora evidencia de cuán profunda era la expectativa por volver a corear los hits del astro paranaense, por volver a fundirse entre desconocidos al calor de esos célebres estribillos saltarines que soplan brasas en el corazón.
El parque municipal Agnesi alojó a los fieles de Solari durante los días previos a la presentación y a los restos de suciedad que quedaron los días subsiguientes. Entre la zona de carpas y la de estacionamiento existe un descampado, que permitía ver a una desde la otra. Una era un infinito hormigueo a los pies de una inmensa arboleda y la otra un Yenga recostado, compuesto por un millar de micros y un aproximado de 700 combis.
El mediodía se vivió casi como los momentos inmediatamente anteriores a que el Indio pisara las tablas, aunque no estuvo fácil: la ventisca facilitó el encendido de los asados y amuchó a las parejas que habían viajado juntas, obligó a algunos a esconderse dentro de su ropa o a mantenerse cerca de las parrillas y a otros a tomar más fernet, a cantar más alto, o a hacer estallar las palmas con más esmero.
Cuando el atardecer había casi terminado de bajar el telón comenzó la procesión. “¡Entrada en mano muchachos!” fue la directriz estrella a lo largo de la decena de controles de ingreso, que no fueron para nada rigurosos, al menos en el ingreso norte. Quien haya entrado por el sur, contrastará. El frío no ocupaba ni siquiera un lugar secundario. Dicen que la sensación térmica merodeaba el cero, pero ello no era tenido en cuenta mientras se lubricaban branquias con la cerveza de 40 pesos que se vendía dentro del predio. A las 21.46 (la entrada prometía inicio a las 21.30), el campo se oscureció, algunas narices comenzaron a arrugarse por alguna gota de lluvia y una pista con trompetas dilató pupilas y oídos.
La multitud que asistió al recital llegó a las 150 mil personas y atravesó varias generaciones de seguidores del ex cantante de los Redondos.

La voz del cantante en su registro más grave presentó a los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. Sonido de intermitencia eléctrica, nuevo apagón, y trabado comienzo de “Luzbelito y las sirenas”. Gorro al estilo de El chavo del 8 para protegerse de esa molesta llovizna, campera de los Doors y un moderno modelo de lentes armaban el plano que se veía en las cuatro pantallas gigantes para las 150 mil personas que pagaron su entrada general (corte de entradas récord para el rock criollo).
La corriente de viento no fue la mejor amiga del sonido que, pese a ello, logró sostenerse nítido, definiendo bien los cortes de pedal del guitar hero (definición propuesta por Solari mismo) Baltazar Comotto, encargado de la mayoría de los solos ricoteros, que, lejos de ser interpretados de manera estructurada, se renovaron a cada tono con las notas agregadas entre los minúsculos blancos que se escuchan de las versiones originales. Los implacables riffs de “El templo de Momo”, “Yo caníbal” y “El pibe de los astilleros” no perdieron ímpetu en la Fender Jaguar de quien fuera también guitarrista de Luis Alberto Spinetta.
A la derecha del frontman, otro hombre de guitarras, Gaspar Benegas, se cargó al hombro la ingeniería de los temas de los Fundamentalistas, aunque también bastante intenso y desenfrenado, más estricto en cuanto a la fidelidad en el vivo respecto al disco.
“El tesoro de los inocentes” (que titula al primer disco solista del ex redondos), “Pabellón séptimo”, uno de los tres que nunca faltaron en la lista de temas del Solari solista (los otros dos: “Juguetes perdidos” y “Jijiji”), y “Flight 956” no son canciones fáciles de interpretar, sobre todo por el despliegue y la superposición de sonidos requerida; no obstante, la similitud con la versión de estudio fue, como mínimo, prodigiosa.
La banda se completó con un ex Redondos, Hernán Aramberri en batería, seguido por Martín Carrizo, otro baterista (es un detalle peculiar el que haya dos bateristas en escena, es quizás alguna maña del líder, que desde la época de su anterior banda es acompañado por más de un hombre de parches), Pablo Sbaraglia (sí, tiene parentesco con el actor Leonardo, son hermanos) en teclados y guitarras acústicas, Marcelo Torres en bajo, Sergio Colombo y Miguel Tallarita en saxo y trompeta, respectivamente y la cantante blusera Deborah Dixon en coros.
“Me encuentro verdaderamente emocionado, somos una ciudad entera”, fueron las palabras de Solari que quedaron danzando como caricias al sentimiento de sus fanáticos, que escucharon, de una lista de 27 ítems, 18 canciones de Los Redondos. Agua nieve y el pogo más grande del universo fueron dosis ambivalentes para equilibrar una velada de clásicos, de mensajes a los jóvenes en temas como “Todos a los botes” y “To beef or not to beef”, de sorpresas como “Todo preso es político” y “Las increíbles andanzas del Capitán Buscapina en Cybersiberia”, y de reafirmar que el Indio Solari es un móvil para la pasión, la familia, los amigos, los viajes, los gritos, las rutas, la movilización de una patria.

Publicada en Pausa #122, miércoles 25 de septiembre de 2013

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