sábado, 27 de octubre de 2012

Por una nueva coalición


Una masa plural y progresista, que perforó el techo del PJ y la CGT, se identificó públicamente con Néstor Kirchner tras su muerte.

Por Ezequiel Nieva

¿Hay una nueva coalición político-social en la Argentina? ¿O se trata de un colectivo diverso, ecléctico y heterogéneo que se aglutinó en silencio en los últimos siete años y que necesitó de un disparador –la muerte de Néstor Kirchner y el ritual del velorio– para irrumpir con nitidez en la esfera pública? A la luz de lo ocurrido el 27 de octubre y los días posteriores, las dos preguntas se pueden responder con un sí.
En la primera mitad de su mandato, Néstor Kirchner construyó alianzas políticas con amplísimos sectores sociales –e incluso con dirigentes de fuerzas históricamente opositoras al PJ– en una estrategia conocida como la transversalidad. En 2005 barrió con su principal rival interno –Duhalde– y, de inmediato, comenzó a destejer aquellas alianzas para refugiarse en el seno de su partido y construir poder desde allí.
En el triunfo de Cristina, en 2007, confluyeron los dos elementos: un voto marcadamente “pejotista” –aquel neologismo que puso de moda Néstor en los días en que minimizaba la importancia de la estructura partidaria– y un apoyo, claro también, de vastos sectores no justicialistas que, en muchos casos por primera vez, encontraron eco en las más altas esferas de la política nacional. (El cóctel tuvo una dosis de radicalismo K, detalle que merecerá unos pocos renglones en los futuros manuales de historia en memoria del vicepresidente opositor y sus votos jugando al senador electo).
Los avatares del gobierno de Cristina –crisis internacional, conflictos con sectores de fuerte capacidad de lobby como el agro o los oligopolios mediáticos, consolidación de un polo opositor al seno del peronismo– la obligaron a refugiarse en la estructura que comenzó a construir su esposo, de la cual la CGT aparece como una de las columnas más importantes. Se archivó la transversalidad; no obstante, un puñado de iniciativas de fuerte tinte reformista –el matrimonio igualitario, la ley de medios, la estatización del sistema jubilatorio, la asignación universal por hijo– dieron paso a un tibio resurgimiento de aquella experiencia.
Plural fue la masa que surgió para despedir a Néstor Kirchner. El aluvión de militantes y simpatizantes fue un signo; por Casa Rosada no pasaron sólo los justicialistas incondicionales, sino vastísimos sectores de la sociedad argentina –la marca del interior presente en Buenos Aires fue un detalle contundente– que eligieron manifestar su apoyo a los avances registrados desde 2003 a la fecha.
La coalición político-social que saludó el cortejo del ex presidente excede, en lo formal, el concepto acotado de “kirchnerismo”. Y es una novedad por cuanto se interpretó como claro sostén a la gestión de la presidenta. Tres pilares, entonces: el PJ –rápidamente encolumnado por Scioli detrás de Cristina–, los trabajadores –en forma orgánica la CGT, pero además un sinnúmero de gremios insertos en la CTA– y ese nuevo colectivo político-social que marcó la cancha en las distintas plazas del país.
Signos ineludibles: lo masivo del ritual, la gran participación de los jóvenes –no pasó siquiera una década de aquella época en que abarrotaban las embajadas para irse del país, los que podían– y la multiplicidad de opiniones y testimonios volcados en la esfera pública. Nadie –salvo Elisa Carrió– se quiso quedar callado. Con mayor o menor pertenencia desde lo afectivo, con mayor o menor nivel de adhesión a su proyecto –en términos políticos o ideológicos–, la ciudadanía habló de Néstor Kirchner.
La dirigencia política lo percibió desde el primer minuto; hubo generalizada corrección y sólo se salieron de caja un puñado de analistas, Rosendo Fraga a la cabeza. Las hipótesis sobre “la nueva etapa” o incluso otras más arriesgadas, que daban por hecho el “fin de una era”, no lograron mayores adhesiones. Es saludable comprobar que los casi 27 años ininterrumpidos de gimnasia democrática nos mejoraron como sociedad y eso tuvo su correlato en lo político-institucional.
Militantes de base, dirigentes partidarios y sociales, intelectuales, artistas, periodistas, deportistas, estrellas de la televisión, empresarios, gremialistas, formadores de opinión en general: pocas veces en la historia reciente se advirtió una confluencia tan vasta. Hay precedentes, todos trágicos: Malvinas, las pascuas del 87, diciembre de 2001. El aluvión, la aparición de una mayoría que se define como tal no a partir de la pertenencia sino a partir de una decisión activa –sostener el piso político-social más allá de la actual gestión–, indica la influencia de Néstor y de Cristina sobre una época que todavía es, en muchos aspectos, puro interrogante: el siglo XXI.
El heterogéneo colectivo que despidió al ex presidente se aglutinó en torno a esos avances y, al mismo tiempo, se ensanchó en virtud de los antagonismos. El socialista K Jorge Rivas, expulsado de su partido por haber sido funcionario del gobierno de Néstor, lo explicó simple. Cuando le preguntaron qué era lo que más le gustaba del kirchnerismo: “sus enemigos”, respondió Rivas.
El filósofo José Pablo Feinmann también lo remarcó: “Kirchner soportó durante muchos años una oposición de una agresividad única y nunca vista en la Argentina, salvo en el gobierno de Perón”. Con la asunción de Cristina –la primera presidenta mujer electa en las urnas– a esa oposición cerrada y agresiva se le añadió un condimento bien argento: la misoginia, el desprecio no ya de clase sino de género.
El fenómeno tuvo también aristas que demuestran la inmadurez de la sociedad: 27 años de democracia no fueron suficientes para pulverizar las posturas surgidas del odio. Ninguna política, ninguna posición ideológica que cristalice desde el odio es saludable. Allí una de las mayores asignaturas pendientes: la tolerancia que nos merecemos, como sociedad, para convivir en la pluralidad. Los bocinazos, las manifestaciones de alegría ante la muerte de una persona, no pasaron menos desapercibidos que la rotunda manifestación popular.
De las muchas virtudes que los más diversos actores destacaron de la gestión de Kirchner, una asoma por peso propio: la reivindicación de la política como instrumento de transformación y como herramienta de interpelación hacia los poderes reales. Apenas conocida la noticia, lo señaló el diputado Martín Sabatella, ex intendente de Morón y  aliado crítico del kirchnerismo. (No es casual que haya sido el mismo Sabatella uno de los voceros del “enojo” de los transversales ante la decisión del ex presidente de refugiarse al interior del PJ).
Aquello que fue una virtud de Néstor –devolver la política al centro de la discusión pública– tiene su continuidad, acaso con más profundidad, en el gobierno de Cristina. No es un dato menor que tanto sus aliados como sus enemigos hayan coincidido en señalar su liderazgo, su capacidad de trabajo y su coraje político.
Ese elemento tan inasible, tan difícil de definir con precisión –el coraje– influyó sin dudas en la movilización popular. Si la muerte de Alfonsín derivó en muestras de respeto y de civismo, la de Kirchner tocó ese nervio de la sociedad que opera sobre las emociones: el mensaje mayoritario –gracias Néstor, fuerza Cristina– tuvo ese registro.
El politólogo Edgardo Mocca escribió en Página/12: “La plaza mostró la política grande, la que no se deja encerrar en frases hechas y suele no respetar las reglas de la corrección. En medio del profundo dolor, se puso en acto una nueva coalición político-social, con el valioso sello del pluralismo ideológico y cultural”.
La variadísima convocatoria –que en Santa Fe tuvo su réplica, idéntica pero a escala, de lo que ocurrió en Buenos Aires– dispara la asociación inmediata con el viejo postulado de la transversalidad, que en los primeros años de Néstor se visibilizó en una parte no menor de la sociedad. Cristina afronta el desafío de contener a los dirigentes de su partido y, al mismo tiempo, ensanchar su base de sustentabilidad.
La profundización de las políticas más progresistas iniciadas en 2003 –los juicios a los represores, la reforma de la Corte, el alejamiento de Estados Unidos y del FMI y las subsiguientes alianzas con los países de la Unasur; y, en lo doméstico, la instauración de las paritarias, la decisión de no reprimir las protestas sociales, la inclusión de jubilados al sistema de reparto– definirá las posibles alianzas de cara a un año en que se ponen en juego no sólo esos avances sino toda una concepción del Estado y de la política.
La muerte de Néstor Kirchner fue, también, la muerte del candidato oficialista a la sucesión de Cristina. Su entorno, rápido, avisó que ella tendrá esa responsabilidad ahora. No deja de ser un problema, puesto que revela que el kirchnerismo es un espacio que no genera otros cuadros para ocupar los espacios más importantes. ¿Será el regreso a la transversalidad la vía que le permitirá a la presidenta solucionar ese dilema? La experiencia de 2003 a 2005 –período en que Néstor supo acercarse a dirigentes como Hermes Binner y Luis Juez– indica que sí. La tendencia posterior –el regreso al PJ y a las viejas prácticas, como el manejo de los recursos según el color político– también fueron una lección para los Kirchner, que perdieron aquellos primeros apoyos extra-partido. La apertura hacia el resto de las expresiones progresistas es un paso que deberá dar la presidenta si aspira a lograr mayor sustento.

Publicada en Pausa #66, viernes 5 de Noviembre de 2010

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