miércoles, 30 de mayo de 2012

Arte y educación tras las rejas

A la escuela primaria y secundaria que funciona en el penal de Las Flores y al aula virtual de la UNL se sumaron los talleres de arte. Ahora los internos comenzaron a rodar una película.

Por Ezequiel Nieva

La educación en las cárceles no es algo nuevo. Los internos de la Unidad Penitenciaria Nº 2 (Las Flores) pueden completar sus estudios básicos e incluso, desde 2004, pueden estudiar carreras universitarias a distancia. Ahora también incursionan en las artes. En la cárcel de Las Flores, en el marco de los talleres interdisciplinarios que llevan a cabo un grupo de estudiantes con el apoyo de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), se está filmando una película: El pueblo amurallado, cuyo guión surgió de un cuento escrito por uno de los internos que participa de los talleres, en los que también trabajan técnicas literarias, diseño e ilustración.
El objetivo es lograr una mayor integración entre las personas detenidas en Las Flores y el resto de la sociedad. De los talleres de prácticas artísticas –que suman a 20 internos de entre 19 y 50 años, estudiantes a distancia de la UNL– surgió también una publicación: Lado B. Bitácora del encierro, que reúne textos de ficción escritos en el marco del proyecto de extensión llamado “Lado B: prácticas artísticas en contextos de encierro”. La revista se editó por primera vez en 2010. El martes 15 de mayo se presentó el tercer número en la Facultad de Derecho de la UNL.
Con los talleres de cine, literatura, fotografía y cómic se busca interesar a los internos de Las Flores para que se integren al ambiente universitario y, a la vez, se ofrecen herramientas que les permiten expresarse. “Uno de los objetivos del taller es tratar de acercar a más internos para que conozcan el ámbito de la Universidad”, explica Emilio Vázquez, autor de El pueblo amurallado. “Muchas personas, yo creo que el 90%, no tuvo en toda su vida roce con gente de la universidad, ni con la institución”. Emilio se pone a sí mismo como ejemplo: “Yo nunca tuve la posibilidad de estudiar en la universidad y la encontré estando en la cárcel”.
La UNL implementa desde hace ocho años el programa Educación Universitaria en Prisiones. Emilio destaca su valor de esa herramienta: “Hay que brindarle a más gente la posibilidad de que se acerque a la Universidad porque muchas de las cosas que pasan, que pasan seguido, tienen que ver con que las personas con las que nos rodeamos influyen en la conducta que tenemos. Si nos rodeamos de gente a la que esto no le interesa, que no tiene aspiraciones en la vida, obviamente que nosotros vamos a ser así. Pero si a esas personas las acercamos a un ámbito donde se fortalecen el arte y la educación, tienen la posibilidad de un cambio que pensaron que no iban a tener”.

Del texto al cine
Leticia Gerhauser, egresada de la carrera de Letras, tiene a su cargo la edición de Lado B, un “trabajo difícil” según ella, aunque aclara que lo lleva adelante “siempre con el objetivo de contribuir a generar espacios y posibilidades para garantizar el derecho a la educación”. Los talleres no tienen como fin la imposición de un saber sino “proporcionar herramientas para que las personas privadas de su libertad, que ya tienen su propia cultura, puedan reproducirla”, justifica Leticia. “No venimos a imponer un saber sino a trabajar en conjunto”.
El proyecto de Lado B surgió en 2007 y se materializó tres años más tarde. En la revista los internos trabajan coordinados por estudiantes de Letras y de Diseño Gráfico. Emilio comenta que el nombre surgió de los viejos casetes de audio, que le sugirieron la idea de representar “el otro lado de las cosas” a partir de sus vivencias personales: “Más allá de que los contenidos de la revista se hacen en un contexto de encierro, el nombre también representa el otro lado de las personas. Hay mucha gente que ha salido en libertad y se ha encontrado con una realidad totalmente distinta. Las cosas son difíciles; es difícil volver a empezar una vida de cero. Por eso pienso que el nombre, Lado B, representa el otro lado del muro y el otro lado de las personas”.
Al taller se fueron sumando más voluntarios: fotógrafos, diseñadores, cineastas. La historia de Emilio, publicada como cuento en la primera edición de la revista, apareció reconvertida en cómic –la adaptación estuvo a cargo de José Dávila y Mariano Gómez– en el segundo número. El siguiente paso fue su transcripción como guión cinematográfico. Trata, según el autor, sobre “el mundo interno de un personaje que condensa el dolor del sujeto privado de su libertad”.
En las páginas de Lado B, Emilio cuenta la génesis de su película: “Escribí El pueblo amurallado porque me resultaba muy difícil dormir de noche. Siempre estoy al borde del insomnio, me cuesta mucho dormir y, aunque me resulta extremadamente pesado agarrar un lápiz y un papel para volcar mis pensamientos, en ocasiones lo hago. Creo que escribí esta historia porque nunca podré ser lo suficientemente guapo para expresar verbalmente cosas que al hombre duro lo ablandan, porque nunca voy a estar adecuadamente encajado en el sistema y en el itinerario de las buenas personas”.
La película, actualmente en etapa de rodaje, recupera códigos de la cultura carcelaria y establece un juego donde se difumina el límite entre realidad y ficción. Su protagonista central –el Pelado– es una representación colectiva. La historia cuenta lo que se vive al ingresar a un penal, habla del valor de la amistad, de la familia, las ausencias, los recuerdos, los dolores y cómo, a pesar de todo, se puede seguir. Es un relato personal, pero no particular. “El personaje del Pelado somos todos”, resume Mario Valentino, otro de los redactores de Lado B.


El trailer de la peli

Dos historias
Ángel tiene 33 años y está preso en la cárcel de Las Flores, por segunda vez, desde hace un año y medio. Estudia abogacía y asegura que va a continuar la carrera cuando salga en libertad. Entre leyes y códigos, se hace un tiempo para participar de Lado B. “Me da la posibilidad de despejarme de toda la realidad que uno vive”, explica. Sobre la carrera, agrega: “Te abre la cabeza sobre las expectativas que uno tiene en la vida y te permite progresar en un espacio que es todo lo contrario, porque en el encierro uno piensa solamente en el momento, pero con esta posibilidad podemos abrir la mente, ampliar conocimientos y tener más oportunidades”.
—¿Por qué elegiste abogacía?
—Para estudiar sobre los derechos que uno tiene y que, a veces, no conoce. Ahora pienso de una manera diferente. En el tiempo que estuve antes nunca estudié, nunca me puse a pensar en el día de mañana, vivía el momento.
Emilio publicó en Lado B algunos escritos de ficción que dieron origen al guión de la película El pueblo amurallado. Cuenta que, de a poco, otros internos comenzaron a valorar los talleres y la posibilidad estudiar una carrera porque entendieron que “una persona sin conocimientos es mucho más fácil de manejar”.


Un largo proceso
A partir del desarrollo de las nuevas tecnologías, la cárcel ya no es un escollo para estudiar una carrera universitaria.
En el país, las primeras experiencias fueron a mediados de los 80 en la Universidad de Buenos Aires, donde comenzó un programa, que aún continúa, que busca generar un sistema de apoyo presencial a estudiantes universitarios que tienen un recorrido como alumnos libres. Un sistema similar ofrece la Universidad Nacional de Córdoba. La particularidad de la propuesta de la UNL es que se trata de un sistema de educación a distancia: la UNL Virtual.
En el primer año de implementación efectiva, 2005, ingresaron 34 alumnos. Luego decayó la cantidad, en parte por las condiciones que impone el artículo 7 de la ley de Educación Superior –que regula el ingreso a la universidad a personas que no hayan finalizado sus estudios secundarios– y en parte porque los primeros resultados no fueron satisfactorios. Según el criminólogo Máximo Sozzo: “Muchas personas, al ser dejadas en libertad, no siguen estudiando por un montón de otras necesidades que se enfrentan en el ‘mundo libre’. En algunos casos de personas que siguieron estudiando después de quedar en libertad, hemos tratado de dar apoyo desde la universidad”.
El desembarco académico se vio favorecido por el funcionamiento de la biblioteca –un espacio gestionado por los propios internos de Las Flores– y de las otras actividades regulares, como la escuela primaria y secundaria y el taller de teatro “La Reja”. Los integrantes de ese proyecto, que forma parte del colectivo “Teatro Humano: un espacio de libertad”, hicieron en noviembre de 2011 su primera función fuera de la cárcel, con la obra La Pileta, representada en la sala cultural de UPCN.
El programa de educación universitaria se fortaleció con la firma de un convenio, en agosto de 2010, entre la UNL y el Ministerio de Seguridad de la provincia. Allí la casa de estudios sumó su tercera aula virtual, en la Unidad Penitenciaria Nº 4 (cárcel de mujeres de Santa Fe), a las que ya funcionaban en Coronda y Las Flores. Para entonces, según el rector Albor Cantard, había más de 70 alumnos cursando distintas carreras. A fines de ese año –el 30 de noviembre– egresó el primer estudiante: Luis Acosta, quien comenzó el cursado detenido en la cárcel de las Flores, lo continuó al quedar en libertad y se recibió de técnico en Higiene y Seguridad Alimentaria.

Publicada en Pausa #94, miércoles 23 de mayo de 2012

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