martes, 27 de diciembre de 2011

En la intemperie


La elección nacional del 23 de octubre y la aparente prolongación de la crisis mundial ponen a los partidos políticos frente a una instancia decisiva.

Por Juan Pascual

El 54% de Cristina Fernández en 2011 y la diferencia gruesa de 40 puntos respecto de las figuras de la oposición es el dato más firme de cómo están aprestadas las fuerzas y soportes del sistema de partidos en la actualidad. Ofrece una traducción dura del proceso de los últimos dos años: descomposición a veces ruinosa del arco opositor –televisados mea culpa llegaron a teñir hasta los spots de campaña–; consolidación rígida dentro del justicialismo de un núcleo –el kirchnerismo– dispuesto a reconfigurar en su paso al partido. Pero, quizás, se trata del final de un período más extenso.

Cuatro años más
El camino que transitó el gobierno desde 2003 basculó desde un padrinazgo inicial de Duhalde y un soporte técnico de Lavagna hasta el desafío posterior al lock out de 2008. Pasó por diferentes versiones de la transversalidad –movimientos sociales, ciertos grupos de izquierda, el radicalismo (parte del último período)– y por variadas formas de relación con el poder territorial y social concreto, como la red de dirigentes y partidos del interior con sello PJ y de bloques que surcan el conurbano bonaerense, o la CGT y una parte de la CTA.
La flexibilidad de un partido en la gestión se presentó en todos sus matices. Pero hoy afuera del kirchnerismo no hay oportunidad ni siquiera para los chispazos futuros hacia la (novedosa) sucesión: nadie desconoce que al 54% lo forjó Cristina. Esta configuración es absolutamente inédita dentro del justicialismo en la democracia reciente. En su contumaz cierre, el menemismo tuvo peronistas puros por fuera de sí: allí tanto el Frepaso de Bordón y Chacho Álvarez como Hugo Moyano y los camioneros en la calle, disidentes de una CGT abrazada al 1 a 1 e indiferente al desempleo, tanto como para dejar la organización de esos trabajadores en manos de los movimientos sociales y la CTA.
Hoy los únicos peronistas no K con cierto peso real quedaron bajo la conducción de Mauricio Macri. Pero... también es cierto que ser un peronista aliado al gobierno nacional no es lo mismo que ser kirchnerista. La agitación de 2008, el reconocimiento mutuo de la derrota de Néstor Kichner y la convicción de resistir y avanzar del 31% de 2009 –parecían portadores de la peste–, la continua cadena de discursos con la que sus conductores dieron contención, sustento y letra, el Bicentenario y el funeral del ex presidente, dieron la matriz de un nuevo núcleo. Antes, la gestión implicaba la articulación de fuerzas y programas diversos con sus autonomías: sean interiores al PJ o con trayectos propios de demandas puntuales al Estado (Madres y Abuelas junto a los juicios o la enseñanza escolar de los Derechos Humanos, los movimientos de género junto las nuevas leyes civiles, la Coalición por una radiodifusión democrática y la ley de Medios, por nombrar algunos casos). El resultado de 2011 abrió el espacio para una expresión propia que puja entendiendo que el 54% le pertenece, al menos en gran parte: tal construcción no estuvo en 2008 ni antes. ¿Tendrá la misma capacidad, voluntad o efectividad de otrora para retomar, incorporar y realizar aquello que lo rodea, lo excede y a veces lo cuestiona, o se sumirá en la embriagadora beatitud de un triunfo?

Renovación y límites
La última convención del radicalismo expone el otro lado de la elección. Las juventudes llegaron a gritarles “gorilas” a sus referentes, enfrascados en el insulto mutuo, el reproche o el lavado de responsabilidades. La escena corresponde a un declive que no sólo se ancla en la enorme dificultad de producir dirigentes de peso después del incendio de 2001. En todo caso, la muerte de Raúl Alfonsín vino a mostrar la falta de otros líderes que sostuvieran al radicalismo. ¿Quiénes marcharon delante del larguísimo y emotivo cotejo, quiénes dieron el homenaje? ¿Quién llegó a pesar más que él en lo interno? Encarnó al último momento de esperanza radical popular y colectiva, surfeó (con mala tabla) una feroz embestida financiera y pasó la crisis social con una sucesión institucional democrática, cosió el Pacto de Olivos, pergeñó la Alianza y, también, el acuerdo de gobernabilidad y transición con Duhalde tras el 2001. No hubo otro dirigente de gravitación real o sucesoria –ni siquiera De la Rúa– en el partido. O no se le dio espacio: López Murphy y Carrió hicieron la parte más importante de sus carreras por afuera. Uno estuvo a apenas 6 puntitos de entrar en un balotaje en 2003, la otra condujo la oposición desde 2008 y cayó a menos de 400 mil votos.
El recambio quedó marchito. La tradición, doctrina e historia de la centenaria UCR no generarán un repunte por propio ímpetu, sobre todo si no son consideradas con reflexión crítica e histórica: recuperar principios para el presente, desprender la carga del internismo y de lo “anti”. Sobran dirigentes, experiencia de gestión y alcance territorial en la UCR para rehacer una identidad con sus elementos y para estructurar las demandas reales del arco que no votó al peronismo o que lo hizo a desgano.
Opuesta es la situación del socialismo. Aunque apenas rozó el 17% del electorado, fue la segunda fuerza. Es más vivaz en la construcción de sus relatos y gobernará ocho años una de las provincias principales del país, pero su peso material allí se delimita. Difícil es cualquier futuro nacional sobre una base territorial tan reducida. Mismo escollo posee el gran ausente a la cita: Macri. Aunque la virtud de los intereses que representa ya probó su facultad de producir rápidos realineamientos en el peronismo no K.

Laberintos
Los próximos cuatro años pondrán a prueba este punto de partida. Y serán completamente diferentes a los ocho anteriores. Oráculos y lectores de mapas coinciden. El leve impacto de la crisis financiera internacional tomará otro cariz en el comercio exterior –por ende en las cuentas del Estado, lo fiscal y lo cambiario– a medida que se profundice y extienda en el tiempo (todas las medidas de ajuste en Europa y la trabazón e inacción política en Estados Unidos así lo indican). Y el boom de crecimiento y empleo facilitado por la reactivación de la capacidad productiva ociosa desacelerará su ritmo, en la medida en que con dicha capacidad al límite todo dependerá de la inversión (acaso ese descenso de ritmo mengüe la inflación, lo cual sólo dice la mitad de lo que puede pasar con los salarios reales).
En Los dos reyes y los dos laberintos Borges usa la alegoría arábiga para enseñarnos que no hay peor laberinto que un desierto. De pie en un punto cualquiera de una planicie de sol, amarillo, sequedad y calor, no hay dirección que se ofrezca que no implique la desorientación. El laberinto tradicional, con sus corredores, recodos y trampas, palidece ante este reto sin paredes ni caminos fijos, donde cada paso es una invitación a lo desconocido.
Las cartas echadas el 23 de octubre muestran mucho de un hecho pasado, pero poco de la intemperie futura. No hay mapa previo en nuestra historia reciente que conjugue realidades similares. Y el tiempo pasado desde 2001 también obliga a considerar un nuevo piso. Si la transición civil democrática se va cerrando a medida que avanzan los derechos sociales y se realizan los juicios, en lo económico todavía queda mucho por desanudar de los 90 y más atrás. Incluso el gobierno habrá de enfrentarse con sus creaciones: allí el recorte segmentado de los subsidios en los servicios, todavía en curso. Y a problemas de nuevas características: la regulación mercantil de los inmuebles ya demostró que su tema no es el déficit habitacional sino el resguardo financiero, el blanqueo del trabajo se topará con un probable enfriamiento indeterminado, por dar ejemplos.
La UCR peregrinará a 2013, una sus contiendas más decisivas de los últimos tiempos. No será fácil para el kirchnerismo –no lo es para ninguna fuerza partidaria después de semejante espaldarazo– tener su radar abierto y no endurecerse como la artrosis o liarse puramente en los meandros de 2015: recuperar la gestión de cuando se tenía que remontar el 22% de 2003 o el 31% de 2009.
Con nuevas realidades internas y una plétora de horizontes posibles, los dos partidos más grandes están forzados a acelerar sus dinámicas. A no quedarse y dar un paso. Excepto que consideren estar en el más alto de los paraísos y que, por ello, es hora de resguardar y ponerse en conservadores. Quedarse quietos. En soledad, bajo el sol de la intemperie, que es letal para los inmóviles.

Publicada en Pausa #88, miércoles 7 de diciembre de 2011

No hay comentarios: