sábado, 8 de octubre de 2011

Funny Games

Un clásico de la dvdteca del Cine Club Santa Fe

Por Sebastián Pachoud

“Es una película, pero también es real, lo estás viendo, ¿cómo sabes que no es real si lo estás viendo? ¿Y cómo sabes que el mundo es real? ¿Por qué lo estás viendo?”.
Se supone que en este espacio yo debo convencerlo a usted de que vea la película ¿pero cómo hago para convencerlo de que, por el contrario, no la vea? ¿Acaso puedo manipularlo? Sí, ya sé, se dio cuenta, le estoy haciendo la famosa psicología inversa (si es que existe semejante cosa), pero si se deja, verá que no estoy exagerando tanto.
Se hace difícil hablar del film sin poder desarrollar alguna de las múltiples lecturas que se pueden hacer de él y se hace más difícil no caer en contarle ciertos detalles que puedan quitarle la atención para una próxima visión.
Ya desde los títulos iniciales no hace falta ser tan avispado para entender que lo que vendrá no será justamente algo agradable y que los juegos divertidos a los que alude el nombre no serán como ese inocente de adivinar canciones clásicas.
Con el asunto empezado, la primera percepción comienza a ser la sospecha. Y una vez que la empresa ya está instalada, toda sospecha ya fue dada de alta. Sí: está todo mal. Y usted se va a incomodar por su papel, pero lo va a seguir interpretando. Ya va a ver. Porque si alguna aparente y religiosa regla de juego nos enseñó la bendita televisión es que si algo es visto, sigue siéndolo. El show debe continuar, cueste lo que cueste y caiga quien caiga, la degradación debe ser televisada.
Pero detengámonos en la historia: las vacaciones de una plácida y burguesa familia alemana en su casa de campo es interrumpida violentamente por dos jóvenes, tan misteriosos como sádicos. Eso es Funny Games (1997, 108’) de Michael Haneke.
Me vuelvo, lo miro, guiño de ojo. ¿Seguimos, o volvemos?



La realidad y la ficción se confunden en un plano: el juego. Quien presenta las condiciones y quien debe aceptar jugar, sin decisión alguna. Y todavía detrás de eso, alguien más perverso: Haneke, jugando a ser nuestro dios. Y nosotros jugamos mirando, si total, jugando validamos la humillación y no nos da culpa.
Funny Games es una película de género, o de varios, pero no cumple ningún mandato. Es sugerente, pero nada generosa. Es lenta de acción, pero necesita de un espectador, aunque atrapado, rápido de consideración. El argumento es simple, pero el fondo es denso, bien denso.
Planos quietos y largos. Tonos claros oscurecidos y poco contrastados. Acción casi siempre fuera de campo.
Percepción auditiva a prueba de tontos. Ausencia casi total de música secundaria. Lengua que aún nos suena seca y rígida. Ficción casi documentada, tiene propuesta de reality show, arranques de talk show y no sorprendería si en algún momento aparece algún gomazo a tranquilizar, ¡que todo es una joda para Tinelli!
Identificarse con la indefensa familia, tan pulcra y perfecta, puede ser fácil. El aparente terror y saña sin sentido de los jóvenes, dejará en evidencia cualquier psicopatía del espectador, hasta allí escondida. Usted descubrirá cómo se le pueden erizar los pelos del brazo ante la brutalidad descocada de esos desconocidos, pero a la vez no podrá evitar ser cómplice cautivo del morbo lúdico de la violencia caprichosa, si sabe, o quiere saber, que es broma. El infierno siempre es el otro. Se parece a un videojuego interactivo, pantalla como separador por medio, lidiando entre lo implícito y lo explícito. Pero ¿quién ofrece y quién demanda? ¿Dónde empieza la participación y dónde termina la presencia? ¿Hasta dónde está usted dispuesto a abandonar el tedio y tomar parte?
Haneke lo calma, le avisa que es sólo una película. Sádica, tremenda, pero una película, una construcción, todo mentira, y así desafía a su paciencia, su tolerancia y su hipocresía.
Porque por estos lares, con tanta reivindicación de seguridad, tanto country, tanto caso Belsunce y tanto elquematatienequemorir, la televisión juega ese papel tan proxeneta, que ninguna salpicadura de sangre sobre la pantalla dentro de la película puede resultarnos ajeno ni lejano.
Funny Games tiene una idéntica remake yanqui hecha por el mismo Haneke diez años después (quizás así, reconociendo a tal o cual actor de esa o aquella película, pueda estarse más tranquilo con la farsa montada), es excepcional, irruptiva y revulsiva en la misma proporción. Por su estética, por su atrevimiento, por su perversidad, ni esa ni la original serán películas que usted pueda ver un domingo con la familia unida por telefé.
Ah, y recuerde, nunca le preste huevos a extraños.

Publicado en Pausa #80

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