viernes, 2 de septiembre de 2011

Juego de chicos

El ajedrez es relacionado a los adultos y a las clases altas, pero en Santa Rosa de Lima un puñado de chicos derriba con entusiasmo esa creencia.

Por Ileana Manucci


Una pequeña aula, una mesa, un tablón, uns sillas desperdigadas. Un profesor, dos niños, un tablero de ajedrez. Un pequeño de siete años mira con desconcierto, es su primera clase. Nicolás, el profe, con una paciencia infinita, le enseña una y otra y otra vez los movimientos de cada pieza. Le plantea diferentes jugadas, formas de atacar, de escapar, y persiste ante la ansiedad que el novato ajedrecista, de gorra de lana y terribles ojos celestes, tiene por comer cada pieza, de la forma que sea.
Había quedado atrás aquel 2003 en el que el agua pasó llevándose casi todo, no sólo en el barrio Santa Rosa de Lima. Antes de eso, la década del 90 ya había arrasado con una buena parte del país. En aquellas horas de dolor, angustia, desesperación y bronca en el centro de evacuados, Atahualpa Larrea, un pibe del barrio, comenzó a jugar al ajedrez, alentado por su padre y “terminó jugando mejor que él”, dicen por ahí. De a poco, algún que otro chico se fue sumando y un solo tablero ya no alcanzaba.
“El Lugar Barrial de Ajedrez (LBA) nace allá por septiembre de 2005”, cuenta Juan Larrea, padre de Atahualpa, fundador y hoy vocal de la organización, “cuando un grupo de vecinos y amigos decidimos hacer algo por los chicos del barrio. Habían pasado dos años desde la inundación y todo el barrio venía muy castigado, intentando salir de eso… y nos encontramos con que los chicos andaban en la calle, que no había nada para ellos, ni una propuesta deportiva, educativa, cultural, nada. Los pequeños espacios físicos con los que contaba el barrio, en los que jugábamos en nuestra niñez, los campitos, los potreros, ya prácticamente no existían, no sólo producto de la inundación, sino del paso de la década del 90. Entonces nos juntamos y decidimos crear un espacio para los chicos y así nació la idea de la escuelita de ajedrez, a la que también se le sumaron otras propuestas a lo largo del tiempo”.
Entre esas propuestas se encontraban los talleres de cine, dibujo y teatro que, por diferentes motivos, no tuvieron continuidad. Hoy en la escuelita, además de ajedrez, los chicos reciben apoyo escolar, tienen una biblioteca a su disposición y la copa de leche. Para los adultos también hay actividades, ya que recientemente comenzaron a dictarse clases de tango.
El LBA funciona en el ex hogar de niños Belgrano, un viejo edificio inaugurado por la Fundación Eva Perón, que en sus tiempos de oro supo alojar a unos 200 niños. El lugar fue desactivado durante la dictadura y desde ese entonces permanecía abandonado.
“El edificio lo recuperamos nosotros luego de la inundación”, recuerda Juan. “En aquel momento, cuando entramos, esto estaba igual que nuestras casas después del agua: todo sucio, lleno de basura. Entonces presentamos una propuesta al gobierno, contando lo que queríamos hacer y solicitando el espacio. El Estado no tenía ningún interés en poner un peso para recuperarlo, así que entre todos lo limpiamos, revocamos y pintamos paredes, cambiamos las ventanas y convocamos a los chicos del barrio… desde ahí empezaron a venir. A ellos les gusta porque no hay otro lugar así acá, no hay espacios comunitarios, no hay más clubes de barrio”.


Más que un juego
El ajedrez es un juego milenario del cual se sabe muy poco respecto a su origen. La mayoría de los estudiosos de la materia lo remontan a la India del siglo VI, aunque en ese momento se llamaba de otra forma y tenía algunas características diferentes al actual. Sin dudas, este no es un juego de los llamados “populares”; se supone que si delante de un niño ponemos una pelota o un tablero de ajedrez, se inclinará por el primero por instinto. Pero en el barrio Santa Rosa, al menos unos 50 niños toman, además, la otra opción.
“La mayoría de los chicos viene por voluntad propia”, dice Nicolás, ex alumno de la escuelita y hoy instructor. “No los manda nadie, no los mandan los padres, hay algunos que ni saben que sus hijos están acá jugando. Algunos vienen al principio por la copa de leche, por la factura, pero la mayoría se termina quedando también por el ajedrez… y eso está bueno porque no es un juego popular, es un juego que se lo asocia a las clases altas, uno ve una película y ahí no hay un pobre jugando al ajedrez”.
—¿Qué es entonces lo que atrae a los chicos a la escuelita?
—Creo que un poco la curiosidad, esto es algo nuevo y distinto para ellos, entonces les resulta llamativo. Una vez que arrancan a jugar, la mayoría sigue viniendo. Capaz que por clases tenemos entre 5 y 10 chicos, pero van y vienen unos 50 y eso es muchísimo. Además vamos a jugar torneos a otros lados, a Paraná, Hernandarias, San Francisco, y muchos de estos pibes nunca habían salido del barrio, eso es algo que también los motiva.
Desde la escuelita conciben al deporte, la educación y la cultura como de acceso libre y gratuito, por eso se conformaron como una ONG sin fines de lucro, que no recibe ayuda del estado y que se mantiene gracias al aporte desinteresado de miembros de la comunidad.
—Además del fin puramente lúdico, ¿qué logran con los chicos a través del ajedrez?
—Concebimos el ajedrez, más allá de como un juego, como una vía de comunicación, de llegada a los chicos –explica Diego Santa Cruz, presidente del LBA–. Porque mientras uno les va enseñando, no sólo les enseña un juego, sino también valores, normas de vida. A medida que les explicamos las reglas, tratamos también de ir explicando con ejemplos, de que ciertos aspectos de la vida se pueden parecer al juego, que uno debe pensar bien antes de hacer las cosas, de hacer un movimiento. Es un momento ideal para enseñarles estas cosas porque los chicos están concentrados y abiertos al aprendizaje, algo que hoy no es fácil de lograr.

Trabajo recompensado
En el Lugar Barrial de Ajedrez, como en muchas otras asociaciones barriales de distinto tipo de la ciudad, todo es a pulmón. No hay sueldos, no hay apoyo ni de gobiernos ni tampoco de grandes empresas. Lo que mueve estos espacios es la vocación de servicio comunitario, del trabajo para los pibes del barrio.
Miguel Najdorf, un polaco nacionalizado argentino, fallecido en 1997, fue uno de los más grandes ajedrecistas de América. Hace unas semanas atrás, la Fundación Najdorf eligió a esta escuelita de Santa Rosa, de entre todas las de la provincia, para realizarle una donación de libros y felicitarlos por la labor que llevan adelante.
—Un gesto como para saber que van por buen camino…
—Y sí, porque la fundación tiene una de las mejores y más prestigiosas escuelas de ajedrez de Latinoamérica… y que nos hayan visto en el facebook y les haya gustado lo que hacemos, da una satisfacción enorme –cuenta emocionado Juan–. Nosotros queremos que este proyecto siga muchos años, porque tenemos una esperanza sincera en esta generación de pibes; vemos que, a diferencia de nuestra generación y las anteriores, todos estos chicos van al colegio y tienen de cierta manera una contención escolar, eso es muy importante. Creemos que por eso hay en estos momentos una esperanza de cambio por la que la vale la pena seguir trabajando, formando a los jóvenes, inculcándoles el valor del trabajo y la participación comunitaria. Porque no hay otra, si uno quiere cambiar algo tiene que involucrarse, es la única forma.

Publicado en Pausa #81, todavía a la venta en los kioscos de SF

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