miércoles, 20 de abril de 2011

Todos por la manzana de Cézanne


La presencia de Vargas Llosa en la Feria del Libro de Buenos Aires, mañana,

la carta del director de la Biblioteca Nacional y un fuerte debate entre intelectuales


Por Mari Hechim (*)

1.- Primero el tsunami, terremoto, reactores nucleares en llamas, las noticias sobre Japón en todos los canales de televisión, en los diarios, en la web. Reactor 1, reactor 2, reactor 3, próximos terremotos, parece no tener fin. Uno intenta leer un libro de poesía y las palabras se desvanecen, se esfuman. Lo real insiste en su dura materialidad, pero no permanece en un núcleo persistente sino que se extiende, se difunde: es el hidrógeno que escapaba de Fukushima. Uno trata de imaginarse, busca en internet información, trata de entender. Y tropieza con reclamos cotidianos: tomar exámenes, arreglar el toldo que el viento de la última tormenta desbarató.

La urgencia de estos hechos pone en el tapete discusiones de gran importancia para todos –desmantelamiento de centrales nucleares, imprevisibilidad de los fenómenos naturales– y otras irracionales que es mejor ni mencionar, como las explicaciones sobrenaturales que también abruman por irrisorias, (a mí me fascinan porque actualizan la clase tenue de realidad que nos compone: “somos del mismo material que los sueños”).

2.- Pero la mente tiene sus recursos y, francamente, tratar de entender qué es un reactor nuclear y creer en la venganza de la naturaleza no es demasiado diferente. En todos los casos se trata de entender lo que no parece tener explicación.

La mente tiene sus recursos y tiene sus propias ocupaciones: lo cotidiano que nos aferra al suelo, la cuestión Vargas Llosa. Como la lectura de un libro de poesía, esto también se constela y pliega la realidad en bandas que se quiebran, se solapan y se distraen entre sí.

3.- Como ciudadana y como interesada en la literatura este “tema Vargas” ha concitado mi atención, posiblemente porque un par de las novelas más bellas que he leído en mi vida han sido La ciudad y los perros y Conversación en la catedral y porque es uno de los pocos escritores que desde hace muchos años se involucra en política, de modo que su participación en la Feria del Libro de Buenos Aires tiene su importancia. Que un Nobel de la literatura inaugure dicho evento es significativo, por el interés natural que resulta de ello. Que lo haga un político tan reaccionario, que ha criticado a nuestro país desde el desprecio y la ignorancia, es otra historia. Por eso, la carta de Horacio González tiene sentido. Está en todo su derecho de expresar su opinión, así como la tienen quienes no asumen su perspectiva. De allí a “hacerle decir” a González lo que no dice hay un gran paso.

La prensa se enamora de alguna palabra que algún periodista deja caer, como “veto” o “censura”, y le hace decir mentiras. La carta de Horacio González dice: “No me mueve así ningún despecho ni deseo de limitar su voz –que no precisaba del Premio Nobel para ser justamente difundida– al decirle que considero sumamente inoportuno el lugar que se le ha concedido para inaugurar una Feria que nunca dejó de ser un termómetro de la política y de las corrientes de ideas que abriga la sociedad argentina”. Y solicita que para esta inauguración “como es costumbre, se designe a un escritor argentino en condiciones de representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina”. ¿No es clara la frase “ni deseo de limitar su voz”?

4.- Esta carta levantó un debate que agitó la prensa y la web de maneras turbulentas. Es digno de celebración. Que cada posición se manifieste de modo que los matices reverberen dentro las ideas y las complejicen es siempre bienvenido. Más si es una cuestión que ha desvelado a muchos intelectuales del mundo durante mucho tiempo: la relación literatura/política. Pequeñas interrogaciones un poco al margen: la solicitud de Cristina posterior a la carta de González, ¿debe leerse como dos párrafos del mismo documento? Yo creo que sí. La celeridad de Cristina no fue óbice para que todas las fuerzas de lo que el mismo González llama “las derechas mundiales” cayeran sobre esa carta.

Después de las desdichadas declaraciones de Vargas que publicó El País de España y replicó La Nación, donde el epíteto de “piqueteros intelectuales” pretende una ofensa donde no hay más que falta de entendimiento (tanto acerca de los intelectuales como de los piqueteros), se sumaron a la discusión sociológos, filósofos, universitarios, escritores, los mejores de nuestra generación: Noé Jitrik, Eduardo Grüner, José Pablo Feinmann, Américo Cristófalo, Vicente Battista, Roberto “Tito” Cossa (que propone “que le hagamos una carta para desasnarlo”).

Hubiera debido ser suficiente la palabra de Horacio González, ya que su obra escrita –de la cual sólo he leído La crisálida. Metamorfosis y dialéctica; Restos pampeanos. Ciencia, ensayo y política en la cultura argentina del siglo XX y Arlt: política y locura– tiene méritos suficientes, no sólo para acreditar su lugar en la Biblioteca Nacional sino también para interpelar a los organizadores de la Feria del Libro, que obviamente no ignoran quién es Vargas Llosa en política.

Vargas contra wikileaks, contra los catalanes, contra “las actitudes indígenas”, contra los judíos, contra los juicios a los militares en Argentina, a favor del capitalismo neoliberal desvergonzado y atroz, que hoy mismo manda bombas alegremente contra Libia, y todos sabemos, dice CNN, en una guerra siempre se plantean situaciones no deseadas. Vargas, el escribidor, es también un decidor incansable, que no se fatiga de abrumarnos periódicamente con declaraciones narcisistas, como su detestable discurso de aceptación del Nobel.

5.- La palabra del pensador y del poeta provocan una dificultad. Son “difíciles” de leer, aun cuando en la escritura el relumbre sea de la sencillez. Este inconveniente se debe a que están atañidos por una materia que también es objeto de tráfico cotidiano: el lenguaje.

La dificultad de decir, tematizada por Inchauspe, por Kafka, es la dificultad de ser. Un artista no es necesariamente un intelectual. Véase Rimbaud, que escribe poesía cuando apenas dejaba de ser un adolescente. La literatura se abre a través del discurso cotidiano. Ese lenguaje es logos, es entendimiento, es condición de posibilidad de la comunicación y de la existencia misma de una sociedad. “Se abre a través” significa que lo atraviesa, de modo que, tras la tersura de la opinión, se pueda vislumbrar el caos, “se puedan volver sensibles las fuerzas insensatas que habitan el mundo”.

Dice Deleuze en ¿Qué es la filosofía?: “En un texto violentamente poético, Lawrence describe lo que hace la poesía: los hombres incesantemente se fabrican un paraguas que los resguardan, en cuya parte inferior trazan un firmamento y escriben sus convenciones, sus opiniones; pero el poeta, el artista, practica un corte en el paraguas, rasga el propio firmamento, para dar entrada a un poco del caos libre y ventoso y para enmarcar en una luz repentina una visión que surge a través de la rasgadura, primavera de Wordsworth o manzana de Cézanne…”.

Es decir, la comunicación es comunión, pero el trabajo que ésta realiza para presentarse como perteneciente a un mundo homogéneo, de consenso, disimula “las irreductibles desigualdades del mundo”. Pero también el caos es, en sí mismo, indecible. Es la literatura la que nos hace visibles esos “agujeros de sentido”, en una composición que a veces se autodesafía y se desata y es el Finnegans Wake de Joyce y el Trilce de Vallejo.

6.- Acá hay dos cuestiones: una, es la responsabilidad de quien asume la palabra que le ofrece, dispersa, el semiotismo del lenguaje. Otra, la responsabilidad para no dejase llevar por la palabra ajena, constituida largamente en la historia, y ser capaz de construir una palabra propia. En este último trabajo, quien triunfa es inmediatamente el artista. Pero en el equilibrio imposible que debemos a lo que se vuelve, se diría, automático, siempre hay un resto, flecos de sentido que se adhieren a las viejas formas “naturales” que nos dicen cuando tomamos la palabra.

Humildemente, creo que el problema de Vargas es que “se la cree”. Es un irresponsable. ¿Qué sería no creérsela? Tomar precauciones. No lanzarse hacia uno mismo porque el libro se vendió bien. (En este caso, tan bien que valió un Nobel). Ahora que tenés el objeto en la mano, recién salido de la imprenta, empieza otra escritura: salir a venderlo, sin olvidar el proceso de escritura, en donde, después de una verdadera mañana de primavera, en donde el lenguaje fue surgiendo con el fluir de la mismísima luz, la elección de un verbo puede tenerte tres días desvelado y, quizá, una vez elegido, la molestia de la equivocación puede seguir persiguiéndote por mucho tiempo. Tenés que leer tu propio libro en su devenir. ¿Pronunciarte en contra de los indígenas, de los argentinos, de los catalanes, de los juicios a los genocidas? ¿Es algo que incorporarías a tu obra, a tu narrativa? A mí, personalmente, lo que diga Vargas Llosa no me importa demasiado. Sí me interesa esta discusión.

(*) Docente e investigadora en Letrasde la UNL


Publicado en Pausa #71

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