viernes, 10 de diciembre de 2010

Disciplina, sí, pero de la buena


Por Juan Pascual

Ubiquemos exactamente el proyecto presentado por el senador Juan Carlos Mercier y avalado por la Mesa del Diálogo, lugar de encuentro político principal entre la dirigencia de la curia y las instituciones de la sociedad civil. Bajo el paraguas de las políticas públicas de inclusión social –fundamentales a la hora de actuar sobre la integración de la comunidad–, la creación del establecimiento educativo “Eva Perón” en el antiguo Liceo Militar de Recreo encierra lo opuesto y oculta lo contrario: desintegra y se concibe como política de seguridad. Está parado sobre un paradigma asistencial muy cualunque, una visión social muy estrecha, una problematización de las instituciones del Estado muy simplificada y un temor a la inseguridad que paraliza el avance sobre el problema concreto de la relación entre la minoridad y la violencia urbana.
El proyecto, que cuenta con un extenso y sólido desarrollo de una carilla, explicita lisa y llanamente que el centro educativo, que contempla desde el nivel inicial hasta el secundario, “estará destinado especialmente a la formación de niños y adolescentes en riesgo” (art. 1º) y que el predio se elige porque el lugar “permite encarar producciones hortícolas, frutícolas, de granja y otras actividades con el propósito de formar y entrenar a niños y jóvenes, y facilitar el autoabastecimiento de las necesidades básicas familiares y propiciar su salida laboral” (art. 2º, las cursivas son nuestras).

El senador provincial por La Capital, Juan Mercier

Excepto que sea un espacio de formación para el cultivo cooperativo de fruta fina para la exportación, en conjunto con un plan de financiamiento para el emprendimiento, o que acaso egresen con un título de nivel técnico terciario para integrarse en la red de la soja, el máximo avance de inclusión planteado por el proyecto no sólo se logra una vez fuera del espacio educativo –ya que la población interna está claramente delimitada en los niños pobres: la institución en sí misma produce el corte–, sino que en ese afuera, signado por las determinaciones del mercado laboral, la máxima aspiración sería la huertita propia o doblar el lomo en las quintas como otro explotado agrícola abandonado por la vergonzosa Uatre del Momo Venegas, excepto que les den tierras, claro, sí, bien, o un techo de galpón para que duerman sus hijos después de la faena, tal como hacía el niño Ezequiel después de trabajar con las gallinas en “La Alameda”, mientras se embriagaba con los agrotóxicos que lo llevaron a la muerte a los 7 años, el 17 de noviembre pasado.
Todo eso ya es accesible sin pasar por el Centro de Inclusión Social “Eva Perón”. Pero, además, la imagen donde el loco pobre violento urbano puede ser salvado por una laborterapia bucólica rural al estilo familia Ingalls atrasa, y mucho, incluso en términos territoriales. Los asentamientos de la pobreza no sólo se densifican cada vez más sino que sus medioambientes distan mucho de la mezcla con el confín rural, paisaje probable de la pobreza hace más de 30 años, que hoy sólo pervive en los pauperizados pescadores isleños.
Respecto del linaje escolar de la innovación institucional que plantea Mercier, que es otra cosa diferente que sólo una escuela, cabe considerar cómo se inserta el nuevo espécimen en una realidad todavía marcada por las transformaciones de los 90. La realización efectiva de la privatización de la educación obligatoria distó mucho, en sus formas, del gran temor que embargó a los docentes y, sobre todo, a los jóvenes estudiantes movilizados en contra de las leyes educativas del menemismo.
En ese entonces existía el miedo a una privatización general de las escuelas, una suerte de venta de los edificios estilo Entel. Pero el dinero no fue tonto: las privatizaciones fueron a la educación de elite para las elites, mientras que lo público salió a los comedores escolares que se extendieron hasta la totalidad familiar en 2001. La educación socialmente efectiva, la que en su continuidad mejor dispone para lo que viene después, sí fue privatizada El programa de la educación obligatoria de principios del siglo pasado devino en un mecanismo de estratificación monetariamente bien reforzado.
Acaso nunca la escuela haya necesitado tanto volver a mezclar las clases en su espacio, en lugar de colaborar en su aislamiento y distancia ya por principio. (A todo esto: ¿cómo y quién define qué será un “niño en riesgo”, que es todo lo que indica el proyecto votado en el Senado?) No es que antes estas diferenciaciones y jerarquizaciones no existieran en la institución escolar: buena parte de la sociología que nació en los 60 se dedica a estos problemas. El punto es que con las leyes de los 90 esas distinciones fueron un desembozado programa práctico de desarrollo, que produjo segmentaciones estructurales inusitadas.
Fragmentación social es poner diques a los encuentros con el otro, romper la politicidad de la comunidad y establecer múltiples barreras. En su tiempo, que no es para nada éste, el servicio militar obligatorio también fue un espacio de integración social, como la escuela. Allí estaba el Liceo Belgrano, congregando mestizajes. Acaso haya sido esa su verdadera práctica, considerando la virtual ausencia de conflictos exteriores en su historia: producir un paradigma (aniquilador) de la argentinidad para adentro. En el camino, los efectos de movilidad social y del encuentro entre el hijo bien del médico de una familia tradicional y el desdentado del bosque chaqueño tenían lugar de vez en cuando, bajo una doctrina de la bota más teodisciplinaria que tecnobélica, y con las diferencias propias que se plantean entre quien a lo sumo será un zumbo y quien tiene una carrera abierta después de salir del Colegio Militar de la Nación, aún si es el hijo natural de una india pampa, por ejemplo. Del linaje militar, lo poco que queda en el proyecto de Mercier es el lugar, propicio para la vigilancia y el encierro asilar.

Reunión de la Mesa de Diálogo con el gobernador

Es verdad que estos tiempos exigen otras instituciones (que también distan de las fantasías del vicepresidente Julio Cobos o del diputado salteño Alfredo Olmedo). Es más que importante que el Estado piense en la institucionalización como modo de salida de la fragmentación social. Pero habría que honrar mejor la historia disciplinaria del país y su producción homogeneizadora de argentinos: supo ser exitosa (hasta en lo sangriento que le era inmanente) por tener el ojo muy centrado en las condiciones de su contexto. Educación obligatoria, colimba y escolarización técnica –más luego– se inscriben en esta tradición. Fueron efectivas en situaciones donde era común la coexistencia masiva de poblaciones migrantes de diferentes lenguas y costumbres, contextos que engendraron personajes como el taita, el malevo, el gaucho rebelde, el cafishio, el crotto, el activista anarquista o cuando había que proletarizar a un cabecita negra. Tipos generalizados que acaso se puedan traducir de diversas formas en la figura de nuestros pibes chorros. Todos exigen instituciones, nuevas instituciones, situadas en el contexto actual, produciendo primero el encuentro entre los diferentes y, luego, pero al mismo tiempo, el encuentro con la norma, la sanción y la ley.
Una pregunta Creedence Clearwater Revival: ¿el hijo de qué senador se va a ir a graduar a la “Eva Perón”, el hijo de qué rico de la ciudad, de esos que promueven proyectos en la Mesa del Diálogo? No es una chicana: es una descripción. La violencia urbana y la exclusión social, ambas, tienen mucho que ver con el hecho de que se pierdan los lugares de encuentro. Con que la convivencia sea imposible de encontrar en un lugar común. Más claro: cuando ya son extendidos los grupos sociales que han perdido hasta el intercambio de las palabras, la relación subsiste pero mediada por lo que resta, la violencia concreta –del revólver y del billete– en todas sus formas y direcciones.
Hasta obligatorias, como en el caso del Centro de Inclusión Social “Eva Perón”, son posibles nuevas instituciones del Estado que superen la fantasía de la varilla en los dedos, el manteo, la autoridad gritona –hoy, además, inefectiva– por una producción de políticas comunitarias concretas, sean asistenciales, ambientales o educativas, por ejemplo. Instituciones pensadas como dispositivos de encuentro socioecómico, diversidad cultural y producción colectiva ambientalmente contextuada. Eso requiere un ingenio que no sea conservador, que entienda que lo securitario se resuelve con algo más que cercos y que lo educativo tiene que apuntar seriamente a la integración económica y a la diversidad cultural. El proyecto de Mercier no se ubica ahí.

Publicado en Pausa #68

1 comentario:

Anónimo dijo...

Che, no lo quieren a Macri de intendente? Para completar el cuadro, digo.